Se acercan las elecciones municipales y los vecinos se preguntan qué opción política puede contribuir mejor a que una ciudad de tamaño medio como Valencia pueda ser considerada una gran ciudad.

Existen indicadores y barómetros internacionalmente reconocidos que indican cómo ven la ciudad no solo sus vecinos sino toda aquella persona, institución o empresa que la estudia como posible destino turístico, profesional o empresarial.

La calidad de vida de sus habitantes, la conectividad y movilidad, el nivel de contaminación, el mercado de trabajo, la oferta formativa y científica, el apoyo a las bellas artes, la eficiencia energética, la apuesta decidida por las tecnologías de la información o la preocupación y nivel de inversión en temas medioambientales son, entre otros, parámetros a valorar que contribuyen a situar a la ciudad en un determinado nivel de reputación nacional e internacional ligado al valor de su marca e independientemente del número de sus habitantes.

No han sido los políticos de la ciudad de Valencia muy proclives a dejarse asesorar por urbanistas, sociólogos y personas de la cultura a la hora de diseñar el modelo de ciudad que tenemos.

Afirmar que han primado los intereses particulares sobre los generales o los caprichos sobre la racionalidad y el sentido común no es faltar a la verdad, excepción hecha de la etapa de Ricard Pérez Casado cuyo cerebro, bien asesorado, le dio para tener un modelo de ciudad cuando llegó a la Alcaldía.

Viendo el panorama actual no se puede ser muy optimista. Por fin el Grao no ha podido llegar a ser Montecarlo. El Partido Socialista ha dejado pasar su gran oportunidad durante los últimos cuatro años, y solo Joan Ribó de Compromís ha mostrado en ocasiones su voluntad de trabajo y de pelea.

Dentro de unos días vendrá el desembarco de Ciutadans y Podemos para darle más colorido al mosaico municipal. La primavera ha venido y todos saben por qué ha sido.