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Chocolates El Barco

Negocios con sabor a ultramar

Chocolaterías y fábricas de cacao proliferaron en la ciudad en los siglos XIX y XX

Negocios con sabor a ultramar

Chocolaterías y confiterías proliferaron en la Valencia de finales del siglo XIX y principios del XX, convirtiéndose en moda. Entre 1876 y 1907 la ciudad pasó de contar con seis fábricas que manufacturaban el cacao, a veintiuna. Una de las marcas más conocidas fue la de «Chocolates el Barco», registrada a nombre de viuda e hijos de José Gómez, en 1886. La demanda del producto, y la introducción de la máquina de vapor para moler el cacao, convirtieron el exótico fruto originario de México en un alimento buscado por las clases más pudientes. La empresa valenciana alcanzó gran prestigio, ya que recibió varias medallas en exposiciones nacionales e internacionales, entre las que destaca la medalla de oro de la Exposición Universal de Barcelona de 1888. No es de extrañar, pues, que acabara recibiendo la consideración de Proveedora de la Real Casa. Además de fábrica, tenía expendedurías.

Sus principales productos eran el chocolate «de clase corriente», que comercializaba por unos precios que iban desde los cuatro hasta los ocho reales. En el otro extremo, el chocolate «especial» que oscilaba entre los diez y los veinte reales y también bombones, napolitanas, cigarrillos y pastillas de chocolate. Otras infusiones llegadas de ultramar, como cafés tostados en grano o molidos, así como té negro y verde a granel o en cajas, podían adquirirse en sus almacenes de géneros coloniales. Pero su actividad trascendió la mera actividad comercial, para destacar por su visión publicitaria del negocio. Sus elaboradas cajas de hojalata litografiadas crearon estilo, tal como recogen Gumersindo Fernández y Enrique Ibáñez en el libro «Comercios Históricos de Valencia», de Carena Editors. El emblema de la marca era una mujer recostada en un muelle con un barco al fondo, algo muy del gusto de la época.

Además de la imagen de su fábrica en la calle San Guillem, emplearon también el dibujo de un arlequín subido en una bicicleta o un negro ofreciendo una bandeja de café o té, en un claro reflejo del carácter racista que imperaba en el siglo XIX. Acompañando a las pastillas de chocolate, se regalaban barajas publicitarias, encargadas a la prestigiosa valenciana de Simeón Durá y diseñadas por el dibujante E. Pasto. Cromos, calendarios y una serie sobre la vida de Cristobal Colón figuran en la colección que obra en poder de A. Giménez.

El lugar por antonomasia para tomar un chocolate era ya a finales del XIX la plaza de Santa Catalina, con dos establecimientos dedicados a su dispensación en manos de Vicente Puchades y de Salvador Comos. El primero atendía la venta en el número 13 y en 1905 era fábrica chocolatera. En el número 16, el comercio de Comos operaba décadas antes de entrar en el siglo XX. La tradición chocolatera se mantiene en la actualidad en la plaza y es lugar de referencia tanto para turistas como para habitantes de Valencia.

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