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Café de Viena

El palacio de las 300 llaves

El palacio de las 300 llaves

Como decía Vicent Andrés Estelles en su poema «Els Amants» „«no hi havia dos amants com nosaltres a València»„, de existir hoy en día, no habría en Valencia edificio tan noble como el Palacio Real de Valencia. Durante siglos dominó el perfil urbano de la ciudad. Situado en el margen izquierdo del Turia, vigilaba a la urbe medieval, atrincherada tras sus murallas. Y la ciudad lo observaba respetuosamente en la lejanía de la distancia física y sobre todo mental que el río siempre ha interpuesto, todavía hoy, en la vida de la capital.

Todas las ciudades que se precien han tenido o tienen un palacio real. No hablemos del de Madrid, siempre Madrid. Barcelona, Mallorca, Zaragoza, Perpinyà... La Corona de Aragón era pródiga en palacios, sedes del poder real que mostraban la estructura plural y compuesta, política, lingüística y socialmente hablando, de esa monarquía. Sólo el de Valencia ha desaparecido. No tenemos suerte los valencianos. Simbólicamente al menos. Construido sobre el alcázar árabe, desarrollado por los reyes cristianos, fue derruido en un infame día de 1810, hace ahora exactamente 205 años.

No hay memoria más débil que la de las ciudades. El edificio que fue el más notable de Valencia, con sus dos patios interiores, su salón del trono, sus cocinas y caballerizas, su capilla real, su sala de audiencias, sus torres y torreones, sus escaleras monumentales, sus mármoles y sus columnas de piedras brillantes desapareció hace 205 años y su memoria se fue disolviendo como un puñado de sal en el agua, como la bruma de la madrugada en un día el que despunta el sol. Valencia es una ciudad de memorias selectivas: se acuerda de lo que quiere. Por eso, de vez en cuando, hay que recordarle lo que fue. Y a veces, es la propia historia, con su juego caprichoso de dados, la que se nos aparece para recordarnos nuestro propio pasado. En los cajones de uno de los archivos más ricos de Europa, en París, hace 15 quince años encontré el conjunto de planos más detallados existentes del Palacio Real de Valencia. Se los llevó hacia 1811 el mariscal Suchet, sin duda atónito todavía al ver cómo los propios valencianos habían consentido el derribo del que era el más esplendoroso de los edificios de la ciudad. Vuelto a la vida, ni que sea de manera gráfica, el Palacio Real fue excavado en una de las esquinas de los Jardines del Real, en los Viveros, donde hoy podemos ver algunas de las estructuras descubiertas. Es difícil hacerse una idea de su esplendor. Se necesita memoria histórica e imaginación arquitectónica y un poco de romántico empuje. El palacio de las 300 llaves (una por habitación), de las que por cierto se ha hallado una, el palacio donde embajadores, nobles, burgueses y pueblo acudían a rendir pleitesía al rey o a su enviado, el virrey. El palacio, que fue símbolo de un reino y de una ciudad, desapareció del paisaje físico y mental de Valencia.

La identidad es inmaterial también. Son recuerdos, son historias perdidas, son patrimonio recuperado mediante libros e imágenes. Es memoria. El Palacio Real de Valencia debe recuperar el digno papel que aquel edificio tuvo entre el siglo XIII „e incluso antes„, y el XIX, cuando „y esta es otra historia„ fue derribado sin piedad.

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