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La trastienda

¿Dónde está la Plaza Redonda?

¿Dónde está la Plaza Redonda?

Renovarse o morir. La Plaza Redonda, casi tres años después de su lavado de cara, se enfrenta a una nueva reforma. De un plumazo, lo que era un símbolo y una referencia de la ciudad se convirtió en un espacio moderno, frío, distante. Mucha gente no alcanzaba a entender quién y por qué había decidido cargarse todo el significado histórico y estético de su enclave.

Muy atrás queda el recuerdo de aquellos niños cambiando esos últimos cromos de futbolistas, dibujos animados, coches y tantas otras colecciones ahora obsoletas, esas piezas tan difíciles de encontrar. Hasta la propia plaza potenciaba un concepto tan arcaico como el trueque. No hacía falta llegar a su núcleo para ver lo que allí se cocía, sobre todo los domingos por la mañana.

Antes que acabar pagando fríamente por un cromo, los niños y niñas, acompañados de sus padres, trataban con otros iguales buscando, con el mismo fin, completar los escasos huecos de su álbum. Tacos y más tacos generalmente apretados por una goma elástica, que resultaba muy funcional para su transporte. Mi padre aprovechaba entonces para contarme cosas de su infancia, y siempre repetía la historia sobre cómo se divertía con sus amigos jugando a las chapas, cuando las colecciones de cromos formaban parte de un futuro para él desconocido.

La venta se convertía, finalmente, en el último recurso, cuando no había más remedio y se habían agotado todas las opciones. Era algo bonito, tradicional, natural y muy nuestro. Mientras, mayores y medianos visitaban los puestos de cerámica artesanal, productos autóctonos típicos valencianos, rodeados por más y más actividad y bullicio. Porque lo que emanaba la plaza, más allá de su rentabilidad comercial, era precisamente eso: un sinfín de seres humanos recorriéndola con diferentes fines. Al menos así la recuerdo.

Cierta era la urgente necesidad de regularizar, por aquel entonces, el asunto con respecto a aquellos que ejercían un oficio ilegal. Al igual que podías encontrar a vendedores de cromos, no llamaba la atención, por su frecuencia y cantidad, la venta de animales: cachorros de perros, gatos, periquitos, canarios o tortugas de todos los tamaños. Todo ello de dudosa procedencia, al igual que el caso de los cromos, con la diferencia que supone comerciar con trozos de cartón llenos de simbolismo con respecto a seres vivos indefensos.

Todo eso se ha diluido. Al menos esa es mi sensación. En parte por el cambio de estilo y gustos, en parte por la poca inercia que hoy provoca la propia plaza. La Asociación de Comerciantes del Centro Histórico organiza cursos para tratar de llegar más y mejor a los turistas, proponiendo nuevas metodologías de ventas, lo que hace dudar si lo que no seduce es el producto o sencillamente el espacio en el que se encuentra.

Puede que el turista extranjero no la eche en falta, atiborrado por la cantidad de preciosos detalles de nuestro centro histórico, pero los de aquí, nosotros, más allá de su funcionalidad comercial, la echamos de menos. Porque lo que tenemos ahora es otra cosa, algo que en nada se parece a esa plaza luminosa y bonita que conocíamos. Puede que el marketing llegue a salvar los muebles, porque tiene esa capacidad, pero si hablamos de gusto estético, estamos hablando de otra cosa. Porque la Plaza Redonda, la de ahora, nada tiene que ver con la original. Ya que nada se puede hacer, esperemos que no se aprueben decisiones parecidas con patrimonios que hoy necesitan restaurarse para seguir existiendo. Será una gran noticia para todos.

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