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Café de Viena

Democracia urbana

Democracia urbana

Hoy es un domingo especial. El café -de Viena- y el periódico comparten protagonismo con el colegio electoral. La democracia se materializa en ese lugar. Una idea abstracta, una palabra genérica se hace piedra y puerta en nuestras ciudades. Hoy se vota.

Las ciudades han sido siempre el foco de la democracia. Ésta nace con ellas y en ellas. Hasta tal punto es así que, como es conocido, palabras como civismo, cívico o civil (adjetivo este último que tanto necesitamos en la sociedad valenciana) provienen de la palabra latina civis, que quiere decir ciudad. Lo incívico, por tanto, es sinónimo de todo aquello que podemos identificar como anti-ciudad. Y acompañando a esta relación íntima, encontramos la correspondencia entre ciudad y urbanidad. No es casual que una palabra como ésta, urbanidad, provenga a su vez de otra manera de designar a la ciudad, la urbs. El buen comportamiento es, o debería ser, intrínseco al comportamiento en la ciudad. Civismo y urbanidad en democracia.

Quienes más sabían de ciudad y de democracia fueron los griegos. Valencia es hija de Roma, es cierto, pero Roma bebió de Grecia y mediante estas transfusiones de ideas y de sentimientos, podemos sentirnos parte de la cultura común mediterránea que hizo de la democracia urbana el robusto contrafuerte de una sociedad. Un filósofo griego que vivió como esclavo en Roma, Epicteto (55-135) y que conoció, por ello, ambos mundos, escribió una frase que debería figurar en el frontispicio de todo ayuntamiento y, si me apuran, de todo colegio electoral ciudadano: «Tú puedes hacer el mayor bien a tu ciudad, no alzando los techos, sino exaltando las almas de tus conciudadanos, pues es mejor que las grandes almas vivan en pequeñas habitaciones, en vez de que esclavos abyectos habiten en grandes casas».

De esta manera, el filósofo griego certificaba la realidad de la vida urbana, la radical apuesta por sus habitantes, por sus ciudadanos y por una política que se ocupe y preocupe por ellos. Y esta apuesta se expresa, hoy, en las decenas y decenas de colegios electorales que están abiertos en Valencia. Por cierto, en uno de ellos, Carles, un joven de 18 años, no sólo votará por primera vez, sino que actuará como indispensable instrumento de la democracia urbana, una responsabilidad generalmente incomprendida, pues no son pocos quienes se han lamentado de su «mala» suerte al ser elegido vocal de una mesa electoral. Olvidan quienes así piensan el papel fundamental de lo público en una ciudad. Adam Ferguson, profesor de la Universidad de Edimburgo, escribió en 1773 una frase que lo explica bien en términos históricos: «Para los antiguos griegos o romanos lo privado no era nada, lo público era todo». Este sentido de lo público como todo „y especialmente como participación de todos y para todos„, es el que este domingo debería compartir nuestras horas, entre el periódico, el café y la democracia.

¡Qué privilegio vivir en una ciudad en la que estas tres palabras no son ficciones, ni deseos, ni utopías! Hoy, el pequeño colegio donde un chaval de 18 años vota por primera vez se convierte, como pasado por una máquina del tiempo, en el ágora de aquella ciudad griega donde sus ciudadanos, cívicamente y con urbanidad, tomaban decisiones sobre su futuro hace miles de años.

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