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Los contrastes de la ciudad

La delgada línea de cipreses

La calle Franco Tormo, en el barrio de Patraix, disfruta de un coqueto y pequeño parque junto a un descampado que los vecinos llevan años denunciando porque se convierte en un barrizal en época de lluvias

La delgada línea de cipreses

Los pequeños parques de barrio son auténticas islas que, no solo vertebran la convivencia e las personas en torno a ellos, sino que se erigen en pequeñas burbujas verdes en medio de las grandes moles de hormigón que los rodean. Especialmente en Patraix, un barrio diseñado a base de grandes bloques de edificios y con pocos espacios de recreo. Por eso, el parque de la calle Franco Tormo, que durante años fue una de las grandes reivindicaciones vecinales, se disfruta hoy de manera especial.

La gran seña de identidad del pequeño parque es su chimenea de unos 30 metros que se levanta como si fuera un faro. Se trata de una chimenea base rectangular y fuste octogonal, último recuerdo que queda de un antiguo edificio industrial (la Fábrica de Chapas y Prensas Franco Tormo) que ocupaba el espacio. Según el catálogo municipal, el viejo cañón de ladrillo cocido fue construido en la década 1920-1930. Hoy forma parte de la memoria obrera del barrio y se integra en el espacio verde de manera natural. El césped, el abundante arbolado, los juegos para niños, la zona para perros y los bancos repartidos por este espacio rectangular se disfrutan casi a cada momento del día, aunque por la noche permanece cerrado para evitar que sea víctima de unos de los fenómenos urbanos nuevo siglo, el botellón.

La tranquilidad del parque está fortalecida por su bonito arbolado y llama poderosamente la atención que una hilera de cipreses sirva para separar la cuidada zona verde del solar contiguo. El ayuntamiento se quedó a medias cuando ejecutó este parque, ya que algo menos de la mitad de la parcela no se convirtió en la ansiada zona verde „probablemente porque el terreno no es de titularidad pública„, por lo que el espacio sigue ocupado por decenas de coches a modo de improvisado aparcamiento.

El problema viene en época de lluvias o cuando el agua descarga con toda su fuerza en una de las habituales tormentas veraniegas. El solar de tierra se convierte en un auténtico barrizal. No solo los coches se ponen perdidos, sino toda la calle. Además hay que sumarle que el solar linda también con un colegio público, y no son pocos los padres que se quejan de que la continua salida de vehículos representa un peligro para los niños que salen de la escuela o juegan en el parque.

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