Dos grandes ruedas, como de carruaje, unidas por un madero y una silla de montar. Así era la primera bicicleta de la que tuvieron noticia los valencianos. Un extraño artilugio sin pedales que causó no poca sorpresa e incredulidad cuando la noticia se publicaba un 6 de junio de 1819 en el Diario de la Ciudad de Valencia, acompañado por un grabado de un artefacto movido con los pies. Ideado por el barón Drais, y conocido como Draisiana, pronto empezó a ser denominado Velocípedo o Veloz andador. El invento quedó como mero divertimento que se exhibía en espectáculos circenses. O en manos de «personas un poco excéntricas». «En Valencia, aunque no consta, el propietario de una draisiana hubiera ido a dejarse ver por la Alameda», apunta Francisco Pérez Puche, cronista oficial de Valencia y autor de «Valencia en bicicleta», primera obra de enjundia con la que se estrena en el cargo.

La draisiana no llegaría realmente a Valencia hasta 1848, con motivo de la Exposición Industrial que organizó la Real Sociedad Económica de Amigos del País. Se le había añadido un «recurso sustancial, unos pedales», como explica Pérez Puche. Una solución mecánica aportada en 1839 por el constructor, fundidor y herrero Kirkpatrick Macmillan. Aquella Valencia, tal como recuerda el cronista, «estaba experimentando lo que bien podría llamarse su primer impulso de modernización de la mano de un joven alcalde, José Campo Pérez». Será el dietario de Pablo Carsí y Gil, bajo el título «Cosas particulares, usos y costumbres de la ciudad de Valencia», quien deja constancia de velocípedos. Se trata de un compendio de anotaciones, entre 1800 y 1873, dado a conocer por la Sociedad Bibliográfica Jerónima Gales y el bibliófilo Rafael Solaz. El diario refleja la siguiente frase: «En el año 1870 empesaron a conocerse en Valencia unos carritos de hierro; que solo tienen una rueda delante y una detrás, y en medio monta un hombre y con los pies lo hace andar corriendo». Con esos datos, Pérez Puche se atreve a fechar el nacimiento «del incipiente ciclismo valenciano en el año 1870». «Valencia, que acababa de derribar sus murallas, soñaba con tener tranvías y quería modernizarse. Y desde entonces, el amor a la bicicleta, a través de sus sucesivas transformaciones, mejoras y nuevos modelos, nunca habría de abandonar la ciudad», señala en el estudio, que puede consultarse en la página web del Ayuntamiento de Valencia.

La apuesta por el carril bici en la mayoría de grandes ciudades también empezaría a plantearse entonces. El 5 de abril de 1870 un periodista de El Imparcial escribía un «futurista» artículo «en el que ve una ciudad que distribuye de otro modo el suelo y reserva un pavimento especial para los velocípedos». Presagiaba la desaparición de los adoquines e imaginaba «calles embaldosadas con igual o mejor pulcritud que los pavimentos de mármol de las habitaciones». Pérez Puche recoge, además, el impacto que causó en Valencia la exhibición, pocos días antes de las Fallas de 1881, de la condesa Filomena Buono-Cuore, conocida como «reina de los velocipedistas» o «mujer diabólica». La ligereza de su ropa y su osadía sobre dos ruedas causaron sensación en la sociedad de la época.

Las carreras de velocípedos «las trajo a Valencia la Virgen de los Desamparados», afirma en su investigación. El 7 de mayo de 1886 está reflejada en la prensa local «la primera fiesta ciclista valenciana, que tuvo lugar en el paseo central de la Alameda dentro del programa de festejos de la Patrona.Francisco Puertas, un aficionado ganó la carrera inaugural. Los premios eran cigarreras y licoreras. La Feria de Julio acabó por instaurar la nueva competición. El mal estado de la calzada fue motivo de una intensa campaña de prensa en «El Mercantil Valenciano» y la edición de 1888 pasó a ser conocida como la del «Año del Rulo», que era la apisonadora municipal. Se trataba de una máquina de vapor con un pesado rodillo, de dos o tres toneladas, que alisaba la tierra.

El auge de la bicicleta empezaba a ser tan palpable que el 22 de julio de 1894 El Mercantil, en su página 4, insertaba un anuncio de pago de la Academia Higiénica Velocipedista de Francisco Martínez. «Gran rebaja de precios», era el reclamo. Situada en el Huerto del Tirador, ofrecía «en vista de la mucha afición que se ha despertado en esta capital a esta clase de sport, participa al público que por la módica cantidad de 20 pesetas se compromete a enseñar a montar en bicicleta». Se abrirían al público hasta cuatro velódromos, el del Tirador, Colón, el Regional y el del Llano del Remedio. «Instalaciones serias, bien resueltas, dotadas con iluminación eléctrica, pensadas tanto para el disfrute de hombres como de mujeres y dotados de las comodidades del mundo moderno, desde vestuarios con duchas hasta bar», según la documentación.

La bicicleta no tardaría en convertirse en motivo de polémica fiscal,cuando en marzo de 1898 el ayuntamiento subía de 10 pesetas a 12,50 la tasa anual. Algo que los ciclistas acataron con resignación, aunque reclamando a cambio la mejora del pavimento urbano. Sí generó en cambio un amplio malestar la prohibición de circular por el andén del camino del Grao y de la Alameda. De ahí a la pugna pública entre defensores y detractores de la bicicleta quedaba nada. Ciclómanos y ciclófobos se enfrentaron duramente por el aumento de las tasas, en el caso de los primeros, a lo que los segundos contraponían las molestias y accidentes que provocaba la fiebre ciclista en la ciudad.