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Divagaciones

Del revés

Del revés

Recuerdo una obra de teatro que vi hace tiempo y de la que he olvidado el título. Creo que la interpretaba Fernando Fernán Gómez, me impactó. Decía con su peculiar y profunda voz algo así como: «Si pudiéramos coger el pensamiento entre las manos y observarlo en profundidad, descubriríamos que es la más grande creación del universo, ni los paisajes más espectaculares, ni todo el gran misterio y grandiosidad que contiene el mundo es comparable al pensamiento». Tengo mala memoria, pero quedó grabado en mi inconsciente, y la otra noche, en aquella terraza de verano repleta de padres y niños, llegó hasta mí el recuerdo? El dominio de la comunicación esta patente en la película «Del Revés» de Peter Docter y Ronaldo del Carmen que han sabido seducir y atraer la atención: texto, música e imagen envuelven al espectador. Me gustaría que «Del revés» tuviera una traducción, quizá más liberal como «mostrar el lado oculto», porque, en mi opinión, revela la riqueza de lo «interno». Los sentimientos y emociones sobrevuelan la pantalla descubriendo la realidad del lado secreto de muestro ser. Miré al niño sentado a mi lado que atentamente seguía la película, luego le pregunté, ¿Te ha gustado? Mucho, me dijo, y no tuvo ninguna duda sobre el significado de la película porque los niños saben atravesar el límite de lo recóndito. Las emociones son la interpretación del mundo existente y la película las va mostrando con toda claridad en ese mundo real y necesario que muchas veces encubrimos.

Produce un gran asombro cómo la imaginación expone, en una película de dibujos animados, la complejidad del intelecto humano. El juego del guión y de la imagen nos lleva, a través de la historia de una niña, a atisbar lo que existe dentro de nosotros: la alegría que parece solucionarlo todo y se encuentra con dificultades; el delicioso personaje de la tristeza que se recrimina su propia tristeza y lucha contra ella, como luchamos muchas veces cuando nos posee? El incómodo miedo que en algún momento resulta protector, porque nos hace cautos. El personaje que gruñe; esa ira que en ocasiones nos carcome. El asco que se manifiestas de una manera indefinida e incómoda.

Todas esas emociones reflejan como en un espejo el ser que habita en una gran mansión, centro de nuestra vida, y nos perdemos en el laberinto de la memoria y del recuerdo; del mundo de monstruos buenos y malos, de un tren fantasma en el que cuesta acomodar la seguridad y recorre un imaginario país que lleva a ninguna parte. La mente humana, como en la película, viaja en un fantástico y prodigioso país donde pesadillas, sueños quiméricos y pensamiento abstractos con figuras trasformadas en rota geometría, llevan al ser humano en búsqueda de seguridades: amistad, familia, triunfo, como es el juego de jóquey sobre hielo en la que la protagonista es tan feliz.

Vivimos en un camino lleno de baches que altera el control de las emociones que habitan en el misterioso mundo del cerebro y nos vemos, como la niña Riley, obligados a cambiar el rumbo.

La película es una conquista del mundo de la imaginación con un contenido lleno de diferentes visiones que hacen reflexionar y adentrarnos en el conocimiento de ese maravilloso y bello cerebro que, muchas veces, la angustia que atropella la vida, nos hace ignorar.

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