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Tribuna

Vivir sin dormir

Para muchos valencianos, el título de este artículo evocará noches hedónicas de copas, música y algún exceso al lado del mar, o una marca de vino. Para otros, entre los que me encuentro, «vivir sin dormir» es la expresión que mejor se ajusta a muchas noches sin descansar por culpa del ruido y el vandalismo reinante en los puntos calientes de la ciudad, entre ellos mi barrio. En verano la situación se torna insoportable, por la necesidad de abrir las ventanas para aliviar el bochorno nocturno. «Queremos dormir» es la expresión que se puede leer todavía en una sábana colgada desde hace meses de un balcón en la Plaza del Cedro, fruto de la desesperación e impotencia de algún vecino?

El anterior gobierno municipal fue incapaz de evitar, durante años, que lugares públicos como la citada plaza se convirtieran en uno de los epicentros del degradante botellón. Básicamente se limitó a actuar sobre las consecuencias, encomendando a las brigadas de limpieza la tarea de hacer desaparecer de las calles las huellas de la barbarie nocturna. Hace algunos meses, quizá asustado por la magnitud que había alcanzado el problema y por el malestar vecinal, comenzó a enviar coches patrullas de la Policía Local a primeras horas de la noche para evitar la concentración de bebedores en la plaza y, pocas semanas antes de las elecciones locales, tomó la medida de cerrar la plaza por la noche, rodeando la zona ajardinada con una sólida verja metálica. Lo que ha ocurrido después es que el problema se ha desplazado. Las manadas se han dispersado por los aledaños y han encontrado en los bancos de los jardines próximos nuevos acomodos desde donde seguir bebiendo, gritando, cantando, peleando y dañando el medio.

Hay varias formas de destruir y saquear lo público. La primera, apropiándoselo, como se ha hecho durante tanto tiempo en tantos lugares de la maltratada geografía española; la segunda, degradándolo a sabiendas, para justificar después su privatización; y, la tercera, dejando que una combinación de incivismo, permisividad e impunidad arrase con cualquier rastro de urbanidad. Por eso al final hay que poner vallas para proteger los espacios públicos de la destrucción. Se trata de un fracaso colectivo que da una medida del déficit de cultura y educación de una sociedad.

El silencio y el descanso son dos de los bienes públicos más importantes. Por eso, una de las modalidades de tortura más refinada que aún se practica consiste en dejar a los prisioneros sin dormir. Pues bien, aquí y ahora, casi todas las noches de los fines de semana hay vecinos que sufren esa modalidad de tortura, sin que aparentemente a nadie con responsabilidades políticas parezca preocuparle demasiado. Esperemos que el recientemente elegido Ayuntamiento de Valencia entienda que descansar es un bien que está en la base de la pirámide de derechos de un ciudadano y sepa cuidarlo. Son muchas las cosas que esta maltratada ciudad necesita, pero una de las más importantes es poder dormir.

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