­«De las techumbres de paja de las barracas salían las bandadas de gorriones como un tropel de pilluelos perseguidos». En esas palabras está la primera referencia a la tradicional construcción valenciana que escribe Vicente Blasco Ibáñez en la novela que da nombre a la misma: La Barraca (1898).

Pescaderos y agricultores vivieron durante siglos bajo sus techos y entre cañas y barro por cuestión de comodidad. Tenían en la puerta de sus casas el oficio, la tierra y el mar que les daba de comer. Hoy, el esplendor de la barraca ha quedado reducido a unas pocas debido a la decadencia de este tipo de vivienda.

Las que sobreviven al tiempo se encuentran en algunas zonas de Valencia como el Palmar, la Albufera, Alboraya o Pinedo. El paisaje de l´Horta se transformó debido a incendios, leyes que prohibieron su construcción y a las mismas necesidades de una cultura industrial cada vez más creciente.

Con tal de rendir homenaje al más emblemático edifició valenciano, el maestro artesano, Rafael Esparza, dedica su tiempo y su arte a convertir en miniatura la barraca valenciana. Con todo lujo de detalles, la primera la confeccionó hace ya 21 años para que su hija jugara. A día de hoy, ha vendido más de cincuenta y tiene en su casa de Russafa una veintena más esperando dueño.

Esparza, nacido en Valencia en 1953, es conserje, pero a lo largo de su vida ha tocado otros muchos oficios. «He trabajado de taxista, camionero, electricista, en talleres... Aunque en realidad soy marroquinero», enumera el también artesano. Añade que todos los oficios le han gustado y siempre ha podido aprender detalles que ahora aplica a la confección de las miniaturas, expuestas hace un par de años en la galería de arte Natalia Gil, también en Russafa.

El artesano pretende mostrar no sólo cómo era la construcción que imperaba en el paisaje de la huerta valenciana, sino también reflejar la vida «tan dura y amarga de lo que fue la ciudad».

«Es un homenaje a Valencia, a sus gentes, a los que sufrieron en esa vida tan esclava», asegura emocionado Esparza.

Al abrir la puerta de las barracas en miniatura se pueden apreciar detalles como cucharas y tenedores de madera de pino, camas con colchón y somier, cómodas con espejo y cajones, sillas, mesas y, dentro los armarios, encuentras hasta perchas.

Rodeando la barraca, no faltan las barcas tradicionales de los pescadores de l´Albufera, carros que antiguamente eran cargados por animales o el pozo donde sacaban el agua „con un acabado que incluye polea y cuerda para extraer el pozal„. Los limoneros, naranjos o palmeras, todos con sus frutos, que son semillas reales, adornan el jardín junto a flores que Esparza planta en su terraza sin olvidar la chufa. Para perpetuarlas, las pinta de colores levemente y las envuelve en cola. Además, el artesano intenta emplear en la medida de lo posible materiales reciclabes: «lo que la gente no quiere».

A pesar de todo, para apreciar una barraca, él mismo reconoce que «no hay nada como entrar en una de verdad. Para ver una barraca hay que acercarse a el Palmar o Pinedo». Cuenta que quedó fascinado de niño al entrar en una de ellas y, desde entonces, se le ocurren nuevos detalles que añadir. «Intento que que la gente disfrute con mis barracas y yo lo hago esforzándome para mejorar. Meto todo mi corazón en cada una de ellas», expresa.