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Camals mullats

Oreo de frutas, verduras, carne y pescado

Oreo de frutas, verduras, carne y pescado

Fue el día en que ella le enseñó la palabra «chascar». No habían comprado nunca en Amazon. En vacaciones se arriesga más, se pierde el miedo. Se lanzaron. Él había dejado la Coca-Cola y estaba decidido a llevar una vida más sana. Ella, escéptica con el propósito, hizo la primera prueba de la flamante licuadora Petra FG 20.07. Engullía manzanas, zanahorias y apio a velocidad de vértigo, extraía todo su jugo y eliminaba residuos como polícromas cagarrutas. La pócima anticolesterol estaba lista.

Desde que el mercado de Convento Jerusalén pasó a una planta baja, hace casi una veintena de años, no hemos vuelto a ver puestos al aire libre de frutas, verduras, carne o pescado, en el centro de Valencia. La modernidad, la higiene, los hábitos de consumo, la estricta normativa europea, la incomodidad de los vendedores, o todo junto, acabaron con los puestos que diariamente ocupaban algunas de nuestras calles.

En la Avenue d'Italie, en París, hay un mercado que se instala todos los días de la semana. Linda casi con el emergente Chinatown parisino y con el moderno barrio de Butte aux Cailles. Un paseo por Gobelins, Place St. Médard y Mouffetard te lleva hasta el Marais. Todos los puestos tienen un toldo del mismo color, las tablillas de los precios son todas iguales, incluso la letra en la que se escribe el origen del producto y el precio parecen escritos por la misma mano. Saltas de las aceitunas a los quesos, de las cerezas turcas al gengibre, de los calamares a las salchichas. A última hora los vendedores son más insistentes, quieren volver de vacío pero con euros en el bolsillo y airean ofertas. Si pasas más de un día y les compras, te reconocen, recuerdan tus gustos y te ofrecen probar su mercancía. La vida se enlentece, el reloj deja de tener importancia.

Tenemos magníficos mercados cubiertos: Central, Cabanyal, Russafa, Convento, Valvanera, Rojas Clemente, Mosén Sorell, Algirós, Grao, Benimaclet, Jesús, Nazaret, San Pedro Nolasco, Torrefiel y los que se me olvidan, pero no tenemos mercados al aire libre que destaquen.

Igual nos pasamos de sensatos, pero con la calidad de nuestras frutas y verduras, nuestros embutidos, nuestros quesos y nuestros fiambres no se entiende cómo no los enseñamos más, que nos los prueben más, que gocemos más. En esta absurda época en que llenamos la nevera de productos perecederos etiquetados con origen China, Perú, Chile o de cualquier otro país lejano, tienen que orearse en la calle nuestras coles, ajos, lechugas, cacahuetes o aceitunas.

París, Londres, Praga y otras muchas ciudades que no destacan por su producción agrícola, albergan mercados diarios o semanales en casi todos sus barrios. El semanal de León es en su Plaza Mayor. Hay quien los visita solo para olerlos, pisarlos y disfrutar de su colorido.

No perdonan una siesta. Inma y Rafa han pasado las crisis del primer año, del tercero, del séptimo y del vigésimoprimero. Al volver del cine se cogen de la mano. Las niñas llevan sus propias vidas. Tienen suerte, son de las que cuentan muchas cosas. Prestan mucha atención a sus efímeros dramas y duraderos momentos alegres. Madrugan mucho y los sábados van temprano al mercado de Russafa. Huelen, tocan, miran y compran lo que necesitan. Vuelven cogidos de la mano.

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