Matorrales que brotan de la fachada, balcones con baldosas sueltas, pintura desconchada y ventanales rotos. Esa es la estampa que presenta en la actualidad la Alquería de Julià, un histórico y desconocido edificio construido en 1675 y que en los últimos años ha sido pasto de la degradación y la desidia privada y pública a pesar de ser un Bien de Interés Cultural (BIC). Eso al menos es lo que denuncia el histórico dirigente y fundador de la Asociación de Vecinos de Nou Moles y concejal del Ayuntamiento de Valencia durante ocho años Salvador Blanco, que exige al nuevo consistorio que no olvide la Alquería de Julià y la restaure para evitar que termine sumida en la ruina.

Este edificio, ubicado en la calle Castán Tobeñas, y que hace siglos sirvió como hospedaje a la Reina Isabel II o de lugar de ataque durante la ocupación de Valencia, es en la actualidad propiedad de Bankia aunque, según explica Blanco, las llaves han estado durante muchos años en el ayuntamiento. De hecho, en 2010, la entidad bancaria, ofreció al ayuntamiento permutar la alquería a cambio de que el edificio se destinase a fines socio-culturales, pero el consistorio desestimó esa opción a pesar del deseo expreso de los vecinos y de las asociaciones en defensa del patrimonio histórico de recuperar el inmueble y abrirlo al público para evitar una mayor degradación.

«Aquí se puede estar incurriendo en una ilegalidad», advierte Blanco, porque independientemente de quien tenga la propiedad del edificio, el problema, según argumenta, es que esa declaración de Bien de Interés Cultural de la que goza el edificio exige que se establezca un régimen de visitas regulado al menos cuatro días al mes en días y horarios predeterminados que deben hacerse públicos. Algo que, ni de lejos, está sucediendo. «En los últimos años solo una comisión fallera amiga del ayuntamiento ha podido entrar aquí para hacer fallas en su patio», denuncia Blanco, además de un grupo de danza tradicional que lo utiliza como centro de ensayos. De hecho, al menos una de las salas de la alquería se ha convertido en un almacén improvisado de elementos de decoración propios de una cabalgata.

El estado de abandono es tal que aunque hace décadas que dejó de ser un colegio público, todavía en la puerta figura la cartelería de lo que fue el C. P. Santa Bárbara. «Ni siquiera le han puesto su nombre», lamenta el ex dirigente vecinal. Ante esta situación, Blanco reclama al nuevo consistorio que no practique con esta inmueble histórico «la misma dejadez» que el ejecutivo de Rita Barberá, que desoyó «siempre» las reclamaciones de los vecinos en este sentido. Pide que el edificio se rehabilite y se convierta en una biblioteca pública, dotación de la que carece el barrio, además de que se haga cumplir «con urgencia» la Ley de Patrimonio Histórico y se respeten así las obligaciones que la declaración de BIC establece.