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Cañas y barro

El mendigo

El mendigo

Clarea el día en el centro del «cap i casal» y con él nuestro personaje despierta acompañado de un perro que observa y mira a su dueño en la recogida de sus bolsas, su par de mantas, sus cartones, esas son sus únicas pertenencias y en apenas unos minutos ya las tiene organizadas en su carrito de compra.

Nació hace varias décadas con una estrella negra y ésta jamás le ha abandonado, tal vez por ello no entiende de depresiones ni de crisis económicas ni de arraigos, él tan solo vive el día a día como mejor terapia para seguir en el camino.

Sabe mantener en lo más profundo de su psique los recuerdos de su niñez, de su juventud y los de su madurez y si decide hablar de ellos los disfraza de fantasía. A menudo usa el vino como el mejor antídoto para controlarlos.

Suele alternar las horas del día entre la puerta de una iglesia o a las puertas de un conocido centro comercial con un letrero de cartón donde solicita la solidaridad. Todos los vecinos del barrio lo conocen, le dan monedas, ropa, incluso comida que comparte con su can y algunos suelen charlar con él, pero ninguno sabe su nombre con certeza ni nadie sabe su verdadera historia, eso conlleva tiempo.

No quiere saber nada de albergues ni comedores ni de centros de acogida, él tiene su vida, su rutina y eso de marcarse retos, nuevas metas personales ya no va con él pues con su pensión que no llega a 400 euros y lo que obtiene de la caridad del barrio tiene bastante. Plantearse cambiar es para los que tienen menos edad o para aquellos que no siempre tuvieron esa estrella negra encima y en algún momento pueden reencontrar una familia, amigos o el volver a un lugar de donde se marchó.

Pero éste no es ni será su caso, su futuro no lo sabe ni tampoco le importa, le basta con encontrar un hueco donde dormir con su perro, despertar con un nuevo amanecer y que la acera donde va a pasar el resto del día pidiendo caridad esté sin competencia de otros recién llegados que además no hablan su idioma. Tiene claro que no abandonaría a su compañero de cuatro patas ni por la mejor de las habitaciones.

Llegará un día en que los vecinos dejen de verlo y durante unos días algunos se preguntarán qué fue de él.

Su propio final tampoco le preocupa, a él le basta con vivir el día a día como ha hecho siempre. El caso de este hombre no es el único en Valencia, ni en España ni, ahora menos que nunca, en Europa. Cada vez hay más personas en el mundo que no desean la caridad material del hombre y desean pasar su vida sin esclavizarse con las normas impuestas por los demás. Cada vez hay más seres humanos que luchan por su libertad de vivir como ellos quieran cuando lo único que desean, antes que la caridad humana, sería el consuelo sentimental, el del alma, aquella que nunca les dejará descansar por completo. El sentirse comprendido. El que mira por la ética y el respeto por todos los hombres, sea cual sea su condición, status o vida y que se resume en dos palabras: educación humana.

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