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La trastienda

La ciudad, y sus pequeños pueblos

La ciudad, y sus pequeños pueblos

Recuerdo cuando era niño. Muchos sábados a mediodía, un amiguete del colegio me invitaba a la casa de sus abuelos en Campanar, donde se reunían para comer paella con caracoles. Y el dato es importante. Los moluscos eran la clave gastronómica para todos los exigentes comensales que allí se sentaban. Unanimidad absoluta. Recuerdo que ya entonces se debatía con ajetreo sobre si aquella zona acabaría siendo una prolongación de Valencia o contaría con jurisdicción propia por los años de los años, como un municipio más a las afueras de la ciudad.

Eran cosas que hablaban los mayores, a mí me daba completamente igual, porque lo que me importaba y valoraba era que nos dejaban salir tranquilamente a jugar por la calle después de comer, a nuestras anchas, y eso en mi barrio, junto a la Finca Roja, era impensable salvo en la semana fallera, donde las calles se cortaban y la seguridad y el ambiente daban pie a ello.

Me llamaban mucho la atención las casas individuales, como en los pueblos de mis padres que visitaba con regularidad, y nada tenía que ver con lo que yo acostumbraba a diario a unos cientos de metros de la Plaza San Agustín. Era una gran diferencia, y solo a unos minutos en coche desde mi barrio. Han pasado los años, y aquel debate que tanto ajetreo provocaba en aquellas comidas ya no es tal: Valencia ha absorbido por completo la zona, hasta el punto de considerarse un barrio más de la ciudad. Y lo mismo ha pasado en todas las ubicaciones limítrofes, pero muchos siguen manteniendo ese carácter que nada tiene que ver con el centro lleno de edificios y de anchos carriles para el tráfico. Pequeñas y delicadas plazas, casas grandes con sus portones y su patio interior. Y esa sensación de estar en un pueblo y no en la tercera capital del estado.

Benimaclet es uno de esos barrios. Y hacía tiempo que no volvía por allí, creo recordar que fue hace ya muchos meses cuando me dejé caer por uno de sus locales. Hace unos días me encontré allí por casualidad. Sigue manteniendo ese carácter independiente, diferente a lo que Valencia ofrece aunque combine viviendas particulares con edificios.

A lo ya destacado se sumaban pequeños comercios, de esos donde la palabra franquicia es tabú, regentado por pocas personas y con un trato directo. Negocios y gremios que casi dábamos por desaparecidos, curiosos escaparates, rótulos y una actividad callejera muy activa y colorida. Cierto que su ubicación, en la zona norte y algo alejada del centro, hace de él un territorio menos práctico para quien pretende establecer en este punto su día a día. Pero según se mire, hasta eso compensa. Sigue manteniendo el tranvía, en su momento símbolo de la ciudad.

He escuchado muchas veces decir de Valencia que tiene todo lo que tienen las grandes ciudades, y además todo parece estar mucho más a mano. Y creo firmemente que es cierto. Nuestro ajetreado ritmo diario nos hace a veces olvidar este tipo de cosas, pero merece la pena recordar que todavía contamos con estos pequeños rincones independientes. Es curioso cómo pasa el tiempo. Hasta me reproché haber tardado tanto en volver a pisar sus calles. Pero , en realidad, lo que importa, es que están ahí, que existen. Y que son nuestras.

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