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La última, en Luis Lamarca

La última, en Luis Lamarca

Hace más o menos un año me llamó el hoy director de Levante-EMV, Julio Monreal, para proponerme escribir una colaboración semanal en las páginas del periódico que compro cada día. Valencia debía ser el hilo conductor de las colaboraciones. Me indicó, sutilmente, que era deseable que no tuviesen un excesivo contenido político. Me entusiasmó la propuesta. Valencia es mi pasión y aborrezco lo panfletario. Desde entonces he intentado cumplir con la encomienda aportando vivencias próximas o remotas de personas que conozco, relacionadas con nuestra ciudad. Suelo pensar en algún tema concreto, introducirlo con unas líneas que me recuerden algo vivido, desarrollarlo desde mi punto de vista, cerrándolo con alguna situación también conocida por mí y relacionada con el tema elegido. Los suelo escribir los domingos por la noche. Nunca utilizo la primera persona. Lo hago con ilusión y, aunque pocas veces consigo lo que pretendo, solo cuando creo que me he acercado suficientemente me atrevo a mandarlos.

Empiezo poniéndoles un título y lo que más me divierte es cumplir con el requisito de que no supere las quinientas cincuenta palabras requeridas. Los martes paso rápido la página en que están el título y mi foto. Nunca los leo, me da vergüenza. Lo que hago, ese día, es colgar en Facebook y en mi blog el que se publicó la semana anterior.

Hoy no puedo hacer lo de otros domingos. Llevo cincuenta colaboraciones, si no me he descontado. Frente al ordenador tengo recientes las imágenes de la selección española de básquet, de los jugadores del Levante vestidos de amarillo peleando sin éxito en el Nou Camp y de un Tsipras satisfecho del resultado electoral obtenido por Syriza.

No puedo hacer lo de otras veces. No me sale. Desde hace unos días no dejo de pensar en la muerte de Fuensanta López, de las crónicas que con acierto ha escrito Ignacio Cabanes sobre su vida, su muerte y las opiniones de sus familiares. En las hijas de nueve y catorce años que deja y en Riba-roja, el municipio en que vivía. En la calle Luis Lamarca con su peluquería, ferretería, taller de coches y bares, en que fue asesinada y en el barrio de Nou Moles, ese al que Salvador Blanco ha dedicado tantos años de trabajo para dignificarlo, donde hoy está nuestro principal centro administrativo autonómico.

Media humanidad es susceptible de ser asesinada por el mero hecho de ser mujer. Ya han muerto treinta en España este año, cinco de ellas en nuestra comunidad. Cada golpe, cada cuchillada, cada muerte son el fracaso de una sociedad que se concentra en silencio, delante de las instituciones, para recordarlo. Se vuelve a hablar de planes integrales, renace el color morado, se pregona la existencia del 016, se insta a que familiares, amigos y desconocidos a que ayuden a las mujeres en peligro a denunciar. Fracasamos una y otra vez. Pertenecer al género al que pertenecen la mayoría de jueces y fiscales, la mitad de miembros de nuestro gobierno, la mayoría de estudiantes universitarios, la mayoría de quienes van a ser la vanguardia de nuestra sociedad, es estar en situación de vulnerabilidad. Fuensanta murió por ser mujer, su asesino la mató por esa razón. Debe ser la última.

También pienso en el hijo de puta que la mató.

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