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Un espectáculo diferente

Un espectáculo diferente

Mi generación, que es de la que puedo hablar con conocimiento de causa, creció con ciertos valores en aquel momento correctos y que ahora se ponen en duda alimentando duros debates subidos de tono no exentos de mucha tensión. ¿Cuántas veces, de niños, habremos cantado aquella famosa canción que hablaba de tigres y leones, que nos llevaba a un contexto y a un espacio concreto? Lo hicimos en casa con nuestros padres o con los compañeros de clase en el colegio. La vimos en la televisión hasta la saciedad. Se nos metía irremediablemente en la cabeza, y claro, ante aquel incisivo mensaje se generaban unas ganas tremendas de ver aquel espectáculo que nos parecía tan estupendo como entretenido y enriquecedor.

Tuvo su boom, y personajes como Torrebruno, Ángel Cristo o Teresa Rabal (esta última con disco y película incluida), eran iconos para nosotros, que crecimos y fuimos niños en la nostálgica década de los 80. Las navidades, cada año, traían intrínsecas dos visitas ineludibles: la feria y el circo. Desde pequeños siempre fue normal ver en la tele o en los carteles animales vinculados a estos shows, por aquella ecuación de que lo permitido es automáticamente correcto. Es más, había que explicar a conciencia aquellos espectáculos que, presentándose bajo el mismo nombre, no incluían más seres vivos que los humanos. Pero era difícil de entender y de vincular si no aparecía una fiera salvaje domada por el hombre entre arena y rejas.

El tiempo pasó, y aunque en el presente los más pequeños parecen más absorbidos e interesados por la época de la tecnología y el 3D que por este tipo de propuestas clásicas, los circos siguen funcionando. No hay más que pasear por la plaza de toros de Valencia, en jornadas navideñas, para darse cuenta de ello.

Una de las recientes medidas más aplaudidas para los que entienden que este binomio es un claro error ha sido la de declarar Valencia como «ciudad libre de espectáculos y atracciones feriales que utilicen animales». Así de literal. Sin trampa ni cartón, sin letra pequeña.

Y si esperábamos que de la reunión entre la concejalía y los responsables del circo Wonderland (el situado frente al Bioparc) salieran chispas y se declarara la guerra, nos equivocábamos. Lejos de lo pronosticado, los dirigentes de este negocio privado se han mostrado abiertos a la incorporación de nuevas atracciones hacia una propuesta global sin animales. Es más, ya están trabajando en ello, porque su intención es continuar adelante con otras vías. Seguro que la procesión irá por dentro (a nadie le gusta que le corten su rutina después de tantos años) pero de momento la cosa pinta bien, aceptando las nuevas reglas del juego sin enseñar los dientes.

Como siempre las respuestas las darán los números, las estadísticas: el dinero. La asistencia con respecto a otros años nos dará el dato sobre su viabilidad, como con casi todo en este mundo que vivimos, y si en realidad interesa a los valencianos esta nueva modalidad circense. Ojalá, cuando ya se puedan emitir juicios de valor sobre la mesa, todas las partes queden satisfechas y esta adaptación siga su cauce, sin maltrato físico y psicológico hacia seres que por naturaleza están acostumbrados a otro hábitat y a otros hábitos. De momento, no podemos más que aplaudir la medida y esperar los resultados, aunque para eso todavía quedan unos meses.

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