El pasado mes de agosto estuve de vacaciones con la familia en Copenhague. Al poco rato de estar en la ciudad percibí dos grandes diferencias respecto la ciudad de Valencia. Primero me resultó impresionante ver las avalanchas de bicicletas, que llegan a superar a los coches en algunas calles, en las horas punta de salida y entrada del trabajo. Llama la atención que entre los ciclistas se aprecian de todos los sectores laborales, desde los de bajos salarios, hasta los mejor pagados vestidos con sus elegantes trajes.

Nuestro hotel estaba a unos centenares de metros de la plaza del Ayuntamiento, así que al rato de llegar, ya estábamos en dicha plaza. Al llegar mi mujer me dice, «mira, una libélula». Así era, en medio de una ciudad de más de un millón de habitantes había una libélula que resulta un milagro verla por los campos valencianos. Yo de pequeño las cazaba de todos los colores. Inmediatamente pensé que el grado de contaminación de la ciudad tiene que ser muy inferior a la ciudad de Valencia, para que en el centro de Copenhague se paseen tranquilamente libélulas.

En día siguiente, subimos en un autobús turístico: nos explicaron que Dinamarca lidera el ranking de los países más felices del mundo y que ese grado de satisfacción lo encuentran, porque a diferencia de los americanos que buscan la felicidad obteniendo la casa más grande y el coche más lujoso, los daneses obtiene la felicidad al saber que el Estado ofrece sistema educativo y sanitario altamente desarrollado que les garantiza un desarrollo cultural y académico avanzado y una gran seguridad sanitaria, así como un buen sistema de transporte público. Entonces yo me acorde de tantas administraciones valencianas, que gastan más de lo que ingresan en proyectos faraónicos desproporcionados para ser «más que nadie». Basta recordar Terra Mítica o Mundo Ilusión donde se querían urbanizar 18 millones de metros cuadrados, en una provincia que hay millones de cuadrados de solares sin vender ni urbanizar. Comprendí que Valencia necesita de un gran cambio cultural para asumir comportamientos sociales que hagan posible una ciudad tan habitable como Copenhague. Sobre todo necesitamos superar la cultura del nuevo rico, de querer demostrar que se tiene más y mejor que otros. El individualismo como valor supremo debe sustituirse por valores de progreso común para toda la sociedad. El día que tener un sistema educativo o sanitario mejor, que otros países con un PIB equivalente al nuestro, produzca a los valencianos una mayor satisfacción que tener un coche más lujoso y grande que nuestros amigos y vecinos, ese día, la ciudad será más habitable y por consiguiente sostenible.