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Homenaje pendiente

La voz de «Na Pilar», no «Pilareta»

Pilar García Comeche es la heredera de una tradición popular bicentenaria pero se le han hecho pocos homenajes entre ellos el del grupo de Cant d'Estil de Manolo Marzal Merecería una medalla de la Generalitat o del consistorio

La voz de «Na Pilar», no «Pilareta»

Los valencianos ninguneamos nuestros tesoros aplicando el diminutivo. Ponemos «et» y «eta» y realmente empequeñecemos lo grande. Quizás el ejemplo más palpable sea esta mujer enérgica a la que todos conocen como «Pilareta», cuando realmente deberíamos llamarla «Na Pilar» o «Doña Pilar». Pilar García Comeche acaba de cumplir 85 años. Nació el 23 de septiembre de 1930 en una planta baja de la calle Sueca 38, bautizada en San Valero. Ella es la más grande voz valenciana viva, la heredera de una tradición popular bicentenaria.

Su abuelo, guardia civil, maridó en Huesca. Su padre Fernando García Bayona, vino a visitar a sus parientes de Valencia y se casó con una prima hermana, Pilar Comeche. Tuvieron cuatro hijos: Pilar, Fernando, Enrique y Maribel. Doña Pilar goza de una lucidez admirable. Recuerda perfectamente su vida durante la guerra civil, cuando fueron a visitar a su tío en los montes de Altura, y durmieron junto a los soldados de un batallón que pereció por completo en la contienda.

En la posguerra, penalidades y problemas. Vivieron en un Pinedo aislado donde no había médico ni farmacia, sólo un barbero que ejercía como practicante. Empezó a trabajar a los 14 años en el taller de marroquinería «J. Pérez» de la calle Denia, fabricando bolsos y cinturones, donde cobraba 3 pesetas y 50 céntimos. Entre semana ayudaba a su yaya en casa y los fines de semana fregaba arrodillada el piso de su madre, a la antigua usanza.

Esta modesta cenicienta encontró su palacio en el Centro Aragonés. Desde pequeña su padre oscense le había enseñado a cantar jotas, y se presentó a un concurso para después tomar clases de canto popular.

Pero estando en unas vacaciones en Zaragoza escuchó una jota valenciana y descubrió así que Valencia también tenía su folclore. La radio aragonesa difundía sin problemas canciones valencianas que la radio valenciana no se atrevía a emitir.

Luego vinieron las veladas de la Feria de Julio, donde en el pabellón municipal disfrutó de los bailes tradicionales desde la Estudiantina a la Mesinesa. Una noche que tenían una «guitarrà» aragonesa en Godella coincidieron en la calle con una rondalla valenciana y probó a entonar el «U i el Dotze». A continuación vino el concurso de «cant valencià» de la Peña Deportiva Valencianista en un piso de la avenida del Oeste, donde ya se introdujo por completo en el folclore valenciano.

Para completar su formación acudía a las clases del Maestro Valls en el Palacio de Parcent, donde pagaba un duro para entonar boleros y piezas románticas. Indudablemente, con el chorro de voz que tiene, si doña Pilar se hubiera enfocado en el mundo de la lírica hubiéramos tenido una artista más potente que Montserrat Caballé.

Pero doña Pilar era una mujer modesta, de orígenes humildes. Siguió su gran afición por lo valenciano en la Sección Sindical de Educación y Descanso, en la plaza de la Reina. Para entonces ya era una gran «cantaora», reconocida en todos los niveles.

Cuando se casó pasó a vivir en la calle En Borrás. Luego a Torrefiel, en la calle Alcañiz primero y después en la Plaza del Obispo Laguarda. Allí tuvo a sus dos hijos María José y Manuel. La hija es bailarina profesional en Mallorca, y le ha dado dos nietos y dos biznietas. Su hijo mantiene la llama folclorística valenciana en el «Grup de Danses La Senyera» que ella fundó en 1976.

Esta agrupación ha sido la gran ofrenda de Pilareta a nuestro acervo cultural. «La Senyera» ha viajado por todo el mundo ensalzando el nombre de Valencia. Las asociaciones valencianistas de la transición siempre llamaban a Pilareta para sus actos de manera gratuita. Pero después, cuando aquel valencianismo entró en las instituciones, se olvidaron de ellos y apenas los contrataron.

Sin ayudas y decepcionada

Doña Pilar está decepcionada con aquellos políticos que tanto presumían de valencianistas, pero que les negaban las ayudas para seguir con su altruista tarea. Desde entonces el folclore ha ido apagándose y no se ha sabido involucrar a la juventud para salvarlo. Los grupos sobreviven con gran voluntarismo, y sólo la Diputación ha intentado impulsarlo con un certamen que, casualmente, ha sido ganado tres años seguidos por el mismo grupo.

Doña Pilar defiende que en vez de concursos, para no fomentar una rivalidad suicida, se convoquen festivales y exhibiciones libres donde todos convivan en armonía. Doña Pilar es una mujer de paz. Se ha pasado la vida cantando y promocionando las danzas valencianas. Tiene la conciencia tranquila. Se le han hecho muy pocos homenajes, entre ellos el del grupo de Cant d'Estil de Manolo Marzal. Pero merecería una medalla de la Generalitat o una distinción del Ayuntamiento.

No hay otra como ella. Es realmente única. Por favor, no la llamemos «Pilareta» nunca más. Se merece el «doña» con todos los honores, e incluso una calle por toda su trayectoria. Por cierto, mientras en Madrid, Sevilla o Granada tienen una calle dedicada a «doña Concha Piquer», nosotros tenemos una rotulada como «Conchita Piquer», sin «doña» y con diminutivo. ¿Cuando valoraremos lo nuestro de verdad?

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