­Fernando El Católico y Ramón y Cajal reciben cada día el tormentoso flujo de vehículos que penetra en la ciudad procedente del oeste metropolitano. A los cuatro carriles por cada sentido, se le unen unas aceras en ocasiones muy estrechas, debido al gran número de elementos del mobiliario urbano instaladas en ellas. Marquesinas, señales, espacios publicitarios, etc, convierten el paseo del viandante en una auténtica carrera de obstáculos. La solución, poco explorada por la mayoría de los peatones, discurre por el centro, con un precioso jardín en el que se puede encontrar desde monumentales ficus, laberintos formados por setos y una buena colección de plataneros y palmeras, bancos, aparatos para ejercitarse o parques infantiles.

El jardín central domina buena parte de Fernando El Católico. Atrás quedaron las extrañas intenciones del Ayuntamiento de Valencia de pavimentar este espacio donde la tierra y las plantas rivalizan con el asfalto. Hubiera sido una gran pérdida para la ciudad, pero afortunadamente la presión ciudadana detuvo el proyecto. Hoy los viandantes pueden llegar hasta Ángel Guimerá por esta pequeña reserva verde, un paseo más que recomendable en el que por momentos se olvida el tumultuoso tránsito que lo rodea.

Pero es llegar al cruce con Ángel Guimerá, donde la misma vía cambia de nombre para llamarse Ramón y Cajal, y la reserva verde se trocea hasta perderse. A las líneas soterradas 1 y 2 de Metrovalencia, la luz solar les llega a través de dos grandes pirámides de dudosa aportación estética para el conjunto de las grandes vías. El porqué se eligió este remate para las claraboyas es algo que no pocos paisajistas ponen en duda al ser definirse como un elemento impropio de su entorno.

El caso es que, con el paso del tiempo, al reprochable valor estético, a estas lucernas se les une un evidente estado de degradación en sus cristales o su esqueleto metálico, que está completamente oxidado.