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Los gitanos en Valencia

Muy oportuna ha sido la reciente intervención de la Fundación Secretariado Gitano en Valencia, donde sus asociados, los valencianos de esta raza, que no tienen por qué avergonzarse y para los que la sociedad no tiene el respeto que se ofrece a, por ejemplo, los rubios, los morenos, los calvos o cualquier otro al que la Naturaleza ha dado un aspecto diferente de los demás.

La profesora Gemma Berja, que intervino en la apuntada sesión, pidió que se les concediera los derechos que se ha permitido a los gais u otros sectores acogidos a la LGTB, porque, en fin de cuentas, lo que la Creación ha dado a cada uno no es obra de ésos, de «cada uno»; él será responsable de lo que haga; y si obra conforme a la ley y la convivencia, no hay nada que reprochar.

Y es que con los gitanos el criterio general es injusto. Se quejaba la aludida profesora „y así lo recogieron estas páginas„ de que muchos medios de comunicación tratan a los gitanos como «sinónimo de marginales, delincuentes o ignorantes». Y frente a esa justificada queja, bastará con preguntar cuál es el mayor porcentaje de delincuentes que aparecen en las crónicas de sucesos respecto a corruptos, ladrones, delincuentes e insociables. Casi diríamos que el cien por cien son payos y nada tienen que ver con el Tempranillo y otros personajes de una historia pasada.

Y lo mismo ocurre con otras razas o características. Porque en España no somos racistas; somos clasistas: nadie menosprecia por ser gitanas a Lolita o Rosarito González Flores, por ser hijas de gitano; ni a Enrique Castellón Vargas, «el Príncipe Gitano», nacido en Valencia, en la calle de Vivons, porque son mitos de la sociedad. Y lo mismo ocurre, por ejemplo, con los negros; si están situados, se les admira y respeta; pues nadie miraría mal, si aquí viniera de visita, al presidente Obama; lo mismo que se admiró, porque con su arte se hizo popular y millonario, a Antonio Machín; e igual ocurre con el desprecio a los inmigrantes, salvo que vivan en un palacete en Marbella.

Se ha hecho campañas, como bien reflejó la aludida profesora, para defender a los gais, salvo que cometan delitos; y lo mismo para elogiar a otros sectores menospreciados. ¿Por qué no cuidamos igual a las personas gitanas, que nada tienen que esconder por ser de determinada raza. Como explicaba Gemma Berja, «en la actualidad no nos cortan las manos o las orejas, como en los tiempos de los Reyes Católicos, pero se nos cortan las alas manteniendo los estereotipos». Porque bien es cierto que se mira mal al gitano, cuando en las crónicas de sucesos no vemos la aparición de delincuentes que lleven apellidos referidos a los de esa etnia.

Además, el aspecto externo, que no es detestable, no tiene por qué ser motivo de rechazo. ¡Cuántas veces en un escenario se ha aplaudido la elegante y brillante actuación de un gitano o una gitana! Porque gracia y salero no les falta. Pues fuera del espectáculo, lo mismo.

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