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También quieren entrar

También quieren entrar

Queremos entrar. Bajo ese lema se erigían los jóvenes madrileños, correctamente organizados, para exigir algo tan básico y necesario como la supresión o remodelación de la ley que les prohibía entrar a salas de conciertos. Y sí, contra todo pronóstico (fue Gallardón, del mismo partido que quien ahora preside el que la puso en marcha en 2002) y antes de lo esperado, los jóvenes menores de dieciséis años ya pueden hacerlo acompañados de un adulto. Si bien la cosa venía de lejos, como viene sucediendo últimamente, la unión hace la fuerza, y las últimas campañas de este colectivo han dado finalmente sus frutos.

El principal motivo que arrastra a muchas comunidades autónomas (todas excepto Cataluña, Canarias, La Rioja, Baleares y la recién citada de Madrid) a no permitir la entrada de menores a conciertos es el control y protección de estos mismos ante el suministro de alcohol o, dicho de otra manera, la imposibilidad de controlar el consumo en locales donde sí se vende y se dispensa. Es curioso. Lo mismo ocurre en una plaza de cualquier ciudad, dispuesta para la ocasión con el fin de ofrecer un concierto nocturno gratuito, donde los niños pueden pasear a sus anchas por las barras sin control alguno.

Recuerdo, en mi adolescencia, lo nerviosos que nos sentíamos al tener que sortear la ley (al guardia de seguridad, en este caso) para poder acceder a un recinto, y jamás la idea de la pandilla fue la de consumir dentro del local. Todo lo contrario. En caso de querer hacerlo, la logística nos llevaba al supermercado más cercano a la sala. Valencia es una ciudad donde se desarrollan una buena cantidad de conciertos. Durante los últimos años muchos han sido los promotores que han apostado por eventos musicales dirigidos a los más pequeños, siempre acompañados de los padres. No olvidemos que la subsistencia de muchas salas está más en la barra que en la taquilla recaudada. Y sí, cierto que no solo hablamos de niños sino también de adolescentes, los principales perjudicados con esta medida. Pero hasta en estos casos se ha saldado la experiencia con éxito.

No estaría mal que aquí tomáramos nota de lo que ha ocurrido en Madrid, donde se pudiera acceder acompañado de un adulto. Quizás así esa bajada en la estadística de asistencia a conciertos de sala pudiera responder mejor. O, si no, al menos estaríamos formando a los jóvenes hacia el consumo de música en directo, un bien cada vez más escaso.

Ya que las políticas culturales del actual gobierno central brillan por su ausencia, y que en el capítulo educacional la música juega un papel nulo e inexistente, dejemos que sean los propios jóvenes quienes decidan a qué tipo de eventos quieren asistir, y qué tipo de aficiones quieren conservar en el futuro.

¿Cuántos padres, que en otros momentos de su vida acudían a conciertos, ya no lo hacen con la misma asiduidad, pudieran plantearse llevar a sus hijos a vivir lo que ellos vivieron años atrás? ¿No sería una buena iniciativa? Conozco a más de uno, con cierta amistad y confianza con algún responsable de sala, que ha llevado a su hijo a la prueba de sonido de una banda que le encanta y se ha quedado con los ojos boquiabiertos ante lo que veía y escuchaba. Y no pudo pasar de ahí. Se debe actuar al respecto. A ver qué pasa. Seguro que cosas buenas.

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