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Hechos, realidad y percepción

Hechos, realidad y percepción

Compró una cámara digital y se impuso la tarea de fotografiar a todas las personas que fuera conociendo. En poco tiempo acumuló una cincuentena. Pronto lo dejó, comprobó que le daba vergüenza pedir permiso a los más imprescindibles. Incapaz, como era, de recordar nombres; revivía los momentos compartidos con los fotografiados con una exactitud que le preocupaba. Al poco, le fueron doliendo las caras, especialmente las que iban desapareciendo. Un día dejó de mirarlas y las borró.

Hay en el mercado unas máquinas de fotografiar la vida. Autographer Narrative o SenseCam son las más afamadas. Se cuelgan y hacen fotografías cada treinta segundos. Son de una inutilidad paradójicamente útil, algo así como lo que defendió Nuccio Ordine en su manifiesto. Sales de casa y fotografías el recorrido hasta el quiosco/estanco, eliges periódicos, pagas, sales, entras en el horno de los abuelitos, compras pan, vuelves a subir a casa, preparas un café? Parece que los escenarios cambian súbitamente, pero no, son cambios sutiles, tan inapreciables como permanentes. Comparas el recorrido con el de años antes y percibes que ya son otros los recorridos. Perturba pensar que estás usando una, aunque no la tengas. Aprehender la vida es un anhelo, de ahí que quieras las siete mil portadas del periódico de los veinte años del régimen anterior. Tener frente a ti cada día desde junio de 1995 a junio de 2015.

Einstein nos hizo ver que «Los hechos son los hechos, pero la realidad es la percepción». La memoria es esquiva, tramposa y huidiza. Para recordar hay que fijar esas realidades en algún sitio de la memoria, saber que están ahí y tener capacidad para recuperar esos recuerdos.

Se van cumpliendo aniversarios de actuaciones municipales pasadas y afloran los recuerdos. En 1987 se inauguró el Palau de la Música y se encargaron de bautizarlo como «microondas» por el calor que se pasaría en su interior y criticaron su supuesto sonido metálico. Además no llegó a tiempo el tapiz de Grau Garriga. En 1989 le tocó al Gulliver, el de los gases tóxicos en caso de incendio, el de los inevitables accidentes que harían ricos a los traumatólogos, el aburrido. En 1991 fue el turno del paseo marítimo, ese sitio al que nadie iría a pasear, con chiringuitos inhóspitos y escaso atractivo. Machacaron a la izquierda gestora.

Se quiere borrar los desmanes de veinticuatro años de gobierno en nuestro ayuntamiento creando una nueva percepción, la de que nos gestionan izquierdistas que preocupan de arreglar problemas ajenos olvidando baldear las calles. No tardará en decirse que ayuntamiento de progreso enfrenta pero no construye. Dilapida pero no gestiona. Acentúa lo conflictivo y accesorio olvidando lo obvio y lo necesario. Empiezan pronto a crear percepción. No sé lo que valdrá, pero compren una de esas cámaras de fotografiar la vida en el Ayuntamiento, si se descuidan los creadores de percepción acabarán pronto con su realidad.

Cada día tenía su afán, cada viaje tenía su descubrimiento, cada ciudad su recuerdo en instantáneas de la vida que se repetía. Él adivinaba el momento que ella quería atrapar. Todas se parecían siendo distintas. Su cara entre las copas anchas con poco vino. Las mejillas chocando con risa incontenible. Ropa de invierno o ropa de verano eran ellos, felices. Revivir los momentos felices apuntala la felicidad.

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