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Y sin embargo me quedo

Seguridad Social

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El sábado pasado, después de una singular visita al cementerio con explicaciones de Rafa Solaz, fui al Centro Octubre. Estaba lleno hasta los topes. Allí me encontré con un amigo que hacía tiempo no veía. Entre canciones de Senior me contó que estaba más delgado porque había tenido un ataque de gota. ¿De gota? ¿Eso no es enfermedad de ricos y de viejos? Efectivamente, pero me ha tocado, contestó. Por la noche, ya en casa alrededor de unas cervezas otro amigo me comenta que tiene que estar tiempo de pie porque tiene problemas de próstata. ¡Próstata! Ninguno llega a los 45 años. El domingo me voy a urgencias con un dolor insoportable en el abdomen, diagnóstico: divertculitis y sí, lo han adivinado, enfermedad de viejos. Aún recuerdo vívidamente cuando todos nuestros problemas de salud eran el acné y las gastroenteritis resacosas. El caso es que me tienen todo el día de pruebas y esperas y a última hora me instalan en una sala donde esperan los que va a ser ingresados y no tienen cama. No veo desde mi cama a mis compañeros pacientes, pero los oigo. Enfrente una doctora atiende a una mujer que esta noche ha intentado quitarse la vida tomándose todas las pastillas que tenía en casa; habla con la psiquiatra, le pregunta por su vida, por sus amigas, por su marido; la mujer con poca voz dice que tuvo una discusión con el marido, que no tiene intención de volver a hacerse daño; la psiquiatra le pide que piense en sus nietos ¿nietos? Eso me llama la atención. Le pregunta la edad, tiene 82 años.

Viene una enfermera a contarme que estamos en esa sala porque no hay camas. En cuanto haya me avisan, me hago a la idea de pasar la noche allí. Viene otra, me dice, con lenguaje muy confuso que me van a subir a planta, no a la que me toca, a otra, porque no hay camas y claro me van a poner en una que, bueno, allí. No entiendo nada. Llego a la habitación y lo entiendo, hay unas camas llamadas bloqueadas, son las que, por diversos motivos, los sanitarios prefieren dejar vacías. La persona que está en esa habitación, por lo que sea, no puede tener compañía. La mía estaba en Neumología cuando mi dolencia era de Cirugía y mi compañera una mujer con problemas respiratorios, mentales y adictivos. Muy maja, pero que no paraba de hablar, de poner la tele a tope día y noche y de reclamar medicamentos.

Un respirador hace mucho ruido, más si es de burbujas; aquí hay toda una planta llena de respiradores que por la noche no tienen ni la decencia de acompasarse. Una gran sinfonía. Los sanitarios preocupados pero sin poder hacer nada, los recortes, me dicen. Cambiar de habitación no es posible, no hay, si lo pido pueden cambiar a otra persona aquí con lo que no se arregla nada. El estar con suero y sin comer se unen a no dormir.

En la calle me cuentan que hay paranoia con los árboles, paranoia con Mas, paranoia con Rajoy; aquí no llega. Vienen amigos, llaman, escriben, te das cuenta de que están pero sobre todo te das cuenta de la falta que te hacen y piensas en los que están aquí, sufriendo, sin poder ponerle humor y sin tener quien les arrope. La sanidad está mal, pero tiene solución, viniendo una semana aquí los responsables, con los pacientes, con los trabajadores. Viéndolo de cerca seguro que lo arreglaban enseguida.

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