Estamos seguros de que las tres primeras palabras del título les suenan. Son el lema de una lucha reivindicativa que durante muchos años ha tratado de concienciar a los ciudadanos y de presionar a los poderes públicos para evitar la destrucción física de parte de uno de los barrios marítimos de Valencia.

Ese movimiento ciudadano logró su propósito. El Cabanyal se ha salvado.

Creemos, sin embargo, que el lema sigue plenamente vigente, con la misma finalidad y dirigido a idénticos colectivos, compartiendo todos „eso lo diferencia de la reivindicación anterior„ la responsabilidad en el origen y la posible solución del problema. Nos estamos refiriendo al cambio climático y, particularmente, a su impacto a largo plazo sobre el aumento del nivel del mar.

Es casi unánime el acuerdo en la comunidad científica internacional respecto a la nada desdeñable contribución humana en la contaminación del medio ambiente con su corolario de efectos indeseables sobre la biosfera y la salud humana y animal. Tanto es así que ya empieza a preocupar - y esperemos que a ocupar - a los dirigentes políticos y económicos más influyentes del planeta.

Curiosamente, no se observa semejante inquietud por estos pagos. En la campaña electoral previa a las últimas elecciones generales se ha incidido más bien poco en tan importante asunto, lo que manifiesta, en el mejor de los casos, una preocupante miopía política a la vez que una clamorosa despreocupación por el futuro de esa sociedad que los políticos con responsabilidad de gobierno dicen proteger, y más en unos tiempos en los que, supuestamente, la ciudadanía tiene la oportunidad de decidir sobre algunas cosas como, por ejemplo, la naturaleza y configuración del entorno, lo cual afecta especialmente tanto a las alternativas energéticas como a los planes urbanísticos.

Sí, hay que salvar de nuevo el Cabanyal, el Canyamelar, el Cap de França, el Grau, la Malva-rosa, Natzaret y a todas nuestras poblaciones vora mar de los efectos de dicha elevación del nivel del mar, pues no tendría ningún sentido haber hecho tan titánico esfuerzo conservacionista y rehabilitador en ciertas zonas del Cabanyal mientras se deja al albur de la naturaleza la existencia del mismo al cabo de unas pocas generaciones.

No es éste un asunto baladí, pues serán muchos los millones de personas directamente afectadas a nivel global por esa indeseable situación, originándose por tal causa movimientos migratorios de enormes dimensiones con sus correspondientes secuelas sociales y políticas.

«Eso no lo veremos nosotros» es lo que se suele oír cuando surge este tema en cualquier conversación, lo cual muestra no poca insolidaridad intergeneracional además de, en algunos casos, una socialmente peligrosa declaración de intenciones, recordándonos aquella regia y chulesca declaración: «Después de mí el diluvio». Grandes y pequeños proyectos económicos, sociales y personales están en riesgo si no se tiene en cuenta el más que probable futuro escenario. No olvidemos que economía y ecología tienen la misma raíz etimológica, lo que debe hacer pensar a quien sólo ve una actitud ingenua en el planteamiento de la cuestión.

¿Qué hacer? Lo primero, conocer, para a continuación, hacer. Debemos exigir, tanto al mundo académico (el profesor norteamericano Edward S. Rubin se ha ofrecido a cooperar) como a los responsables políticos (el municipal Observatori del Canvi Climàtic está precisamente en el Canyamelar), que se nos ponga al corriente del estado de la cuestión para que a continuación, sin prisas pero sin pausas, se tomen las medidas adecuadas para garantizar la existencia, si es posible mejorada, de estos centenarios y entrañables barrios y pueblos junto al mar.