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La historia de los restos del Campeador

El verdadero camino del Cid

Tras su muerte, Rodrigo Díaz de Vivar es enterrado en Valencia, posteriormente trasladado a Burgos y, en 1808, a París, desde donde sus restos se dispersan por toda Europa: hay huesos del Campeador en castillos de Alemania o República Checa, entre otros países

El verdadero camino del Cid

Valencia nunca ha ido a conquistar a nadie; en cambio muchos han venido a conquistar Valencia. Esta es una constante histórica desde romanos a musulmanes, desde el Cid hasta Jaime I. Jamás se organiza el Reino de Valencia para ir a otro país y someterlo; en cambio la presencia armada en Valencia es continua, y veces sin armas; solo con publicidad y estrategia.

Desde hace unos cuantos años soportamos en Valencia el llamado «Camino del Cid» que nunca se ha plasmado en una ruta concreta, puesto que su fuente histórica, el «Cantar del Mío Cid», es muy difuso. El Cid no es un peregrino que va de un punto a otro con la precisión de un reloj, sino un guerrero audaz que sube, baja, acude, luego regresa... un verdadero lío. Más que un «Camino del Cid» hay muchas excursiones del Cid. Ocurre lo mismo con Don Quijote; por mucho que se quiera trazar un recorrido exacto, como el origen es una creación literaria sin fiabilidad geográfica, no podemos tener un itinerario claro como el Camino de Santiago o como nuestro más reciente Camino del Grial.

El Camino del Cid es una invención de la España de José María Aznar, presidente del gobierno entre 1996 y 2004. De acuerdo con su convicción plenamente castellanista, confundida con el españolismo más oficialista, había que potenciar turísticamente el centro de la Península. Madrid estaba bien servida como capital, pero había que dar marcha a las tradicionalmente aisladas provincias castellanas, entre otras cosas para agradecer los votos aportados al Partido Popular. Burgos sería el epicentro y Valencia, las tres provincias, el apéndice necesario para dar coherencia al proyecto.

Nadie se atrevió en su momento a oponerse a este deseo aznarista. En plena recuperación cultural valenciana, cuando el valenciano volvía a las escuelas y tímidamente a la sociedad, «El Camino del Cid» fue un evidente intento de «recastellanización». La vieja pugna entre la Valencia de don Jaime y la Valencia del Cid se revitalizó con el asentimiento general de las autoridades valencianas, más dependientes de la calle Génova de Madrid que de la calle Caballeros de Valencia.

Unir Burgos y Valencia con la leyenda del Cid no era sino una excusa para fomentar el turismo en Castilla. Las diputaciones de Alicante, Castelló y Valencia se unieron servilmente al proyecto nacido en 2002. Lo más curioso es que catorce años después tampoco ha protestado nadie, y siguen regándolo religiosamente con dinero valenciano, pese al cambio de gobierno y supuestamente de mentalidad. Las diputaciones valencianas aportan sumas millonarias a un organismo, «El Camino del Cid», cuya página web oficial está solamente escrita en castellano y en inglés.

Dos años antes de que formalizara el «Camino del Cid» con el consorcio de diputaciones en Valencia habíamos lanzado la idea del «Camino del Grial» para unir Jerusalén con Valencia. Nadie apoyó aquello. No estaba detrás José María Aznar y el Gobierno de España. Aquella idea se ha retomado en los últimos tiempos como remedio o asidero final, junto con Senyera y restos de símbolos ultrajados que no les han salvado de la quema.

Del Cid en Valencia no queda nada, excepto la estatua fotocopiada de la señora Huntington, cuyos refritos lucen en otras ciudades del planeta porque su marido los regalaba generosamente. Como supuestamente nos amparan los nuevos tiempos, es momento de criticar abiertamente el camino cidiano y, sobre todo, aportar unas necesarias correcciones. El verdadero camino del Cid no debe acabar en Valencia, porque don Rodrigo siguió viajando después de muerto. En julio de 1099 su esposa Jimena lo coloca embalsamado en un caballo para asustar a las tropas de Ben Yusuf, y gana su última batalla ya cadáver. Después lo entierran en la catedral de Valencia y durante tres años doña Jimena gobierna aquí en nombre del rey de Castilla.

Cuando los ataques almorávides arrecian, los castellanos deciden retirarse a Castilla. Sacan la momia del Cid y se la llevan al monasterio de San Pedro de Cardeña, en Burgos, no sin antes incendiar y destruir toda la ciudad de Valencia, hecho que no suele comentarse en las hagiografías del héroe. En 1104 mueren Jimena y la entierran junto a su marido.

Unos 700 años permanecen ambos unidos, hasta que en 1808 llegan las tropas francesas de Napoleón, muy molestas por haber perdido en la batalla de Bailén. El monasterio es saqueado y dos nobles, el conde Salm-Dick y el barón Delamardelle, se llevan los cadáveres del Cid y Jimena a París, donde levantan acta notarial de su propiedad, y se reparten los huesitos. A partir de este momento el Cid se torna un «puzzle» esparcido por toda Europa.

Carlos Antonio de Hohenzollen compra una parte para su gabinete de curiosidades del castillo de Simaringen, en Alemania. Klemen Von Metternich, artífice del Congreso de Viena, guarda otra parte en el castillo checo de Kynzvart. Las investigadoras Ana Fernández y Leyre Barriocanal han rastreado los restos del Cid hasta en tierras de Polonia, y por supuesto han explicado que en las lujosas tumbas bajo el cimborrio de la catedral de Burgos no están el Cid y doña Jimena, sino unos huesos que trajo el diplomático Tubino en el siglo XIX para contentar al caprichoso rey Alfonso XII.

En conclusión, estamos sufragando un camino del Cid raquítico de aspiraciones provincianamente castellanas. Es hora de recuperar esos tentáculos cidianos europeos y conectar Valencia con Francia, Alemania, Austria, Polonia o Chequia. Eso, o cerrar el grifo de una iniciativa poco productiva. Nuestras expoliadas provincias valencianas ya le han pagado bastante al Cid, desde hace más de novecientos años.

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