El ciclo vicentino celebró ayer una de sus noches grandes dentro de la particular premura de un año en el que todo parece precipitarse cuesta abajo, tanto por la rapidez con que lleva la festividad (casi solapada con las fallas) como por el retraso que ya de por sí hubo con el nombramiento de la honorable clavariesa. Sin embargo, ayer sí que fue el día de María Falcón, en el mismo escenario que en años anteriores, el antiguo convento dominico, ahora edificio militar.

Pilar Valor fue la encargada de dar letra y forma a un acto protocolario siempre rígido en ese sentido. Y su discurso recordó en cierta medida el realizado por Antonio Ariño para la exaltación de la fallera mayor de Valencia, consistente en convertir el acto no sólo en una alabanza a la protagonista, sino que permitiera a los asistentes aprender algo.

La comparación con la honorable radicaba en ese hecho casual que se puede producir en la vida: prepara una tesis doctoral sobre la ciudad de Valencia y encontrar numerosas referencias a San Vicente Ferrer e ir apuntándolas como nota al margen puede provocar un argumento bien construido. De la misma manera que para María Falcón fue el retablo vicentino que había en su casa de Bétera y que, a fuerza de limpiarlo y cuidarlo, generó en ella el poso de devoción. Un argumento que ya había contado Pere Fuset a la hora de presentar a la nueva representante del mundo vicentino.

Y así, la mantenedora se refirió a las gestiones realizadas por la ciudad durante décadas y décadas en el siglo XVI para conseguir la llegada del cuerpo del santo. «En realidad, Valencia ya conservaba reliquias vicentinas «de contacto»: una correa de su hábito, un bonete, la pila bautismal, el manuscrito de sus sermones, un trozo de escapulario... pero no tenía ninguna de las más preciada, las de su cuerpo. Valencia puso todo su interés en conseguirlas, pero la empresa fue muy complicada por la negativa rotunda de las autoridades civiles y religiosas de Vannes. Una ciudad afortunada por la llegada, muerte y canonización del religioso, ya que tener allí su cuerpo se convirtió en uno de los motores de su crecimiento por la constante llegada de devotos y fieles. Y también fue útil para los intereses políticos del Duque de Bretaña, que necesitaba una legitimación sacra de su poder». A partir de ahí enumeró las diferentes gestiones realizadas, unas con más éxito y otras con menos, recreándose sobre todo en los hechos de de 1530, cuando dos de los huesos de Vicente Ferrer llegaron a la ciudad y fueron recibidos de forma solemne. Incluso relató otro episodio, casi a finales del siglo en el que el cuerpo estuvo a punto de ser intercambiado por las reliquias de San Luis.

Todavía actualmente hay altares vicentinos que han solicitado reliquias y han recibido pequeñas partículas óseas, que guardan en relicarios como oro en paño. Mientras, el esqueleto del santo permanece en la ciudad francesa, de donde resulta difícil pensar que regrese. «El honor que tienes ahora es grande, inmenso y lo llevarás siempre contigo» le dijo Pilar Valor a María Falcón, de la que destacó nuevamente su «sencillez y proximidad».

Tras este acto, y con los nombramientos en los altares ya prácticamente finiquitados, la fiesta vicentina aguarda que pase el vendaval fallero para empezar a contar las horas que falten para su inicio. Los niños de los altares ya están, de cualquier modo, ensayando los «milacres», que este año llegarán enseguida.