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Y sin embargo me quedo

Mujeres

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Esta semana se celebró el día de la mujer, es un buen día para pulsar el nivel de machismo que aún queda en nuestra sociedad, en pleno siglo XXI. Se habla de micromachismos pero el problema de los micromachismos es que son macro. El que afirma que la «mujer en casa y con la pata quebrada» o eso de «no me entiendas mal, pero hay trabajos que no son para mujeres», que pienso, quitando de donante de semen y ama de cría, no se me ocurre otro trabajo que distinga sexos.

Los que hablan así ya se retratan solos, lo malo de los micromachismos es que están interiorizados, no se perciben, no hacen saltar las alarmas. Ni entre quien los hace ni entre quien los recibe. Y va minando, los hombres lo tienen por normal y las mujeres lo asumen por su sutileza. Y son difíciles de erradicar. He tenido la suerte de ser educada en la igualdad y eso que mi hermana y yo íbamos a un cole de chicas, mi hermano a uno de chicos, mi padre trabajaba y mi madre era ama de casa. Lo digo porque en este caso, como en tantos, la educación es fundamental. El germen del machismo empieza ahí, cuando se trata de forma de distinta a uno o a otra por razón de sexo, y del machismo alimentado a la violencia hay un paso. Los niños no entienden de distinciones por eso es fundamental la igualdad en casa. Recuerdo un día que mi abuela, ya octogenaria, espetó «tres mujeres en casa y tiene que quitar la mesa tu hermano, lo vais a hacer mariquita», afortunadamente mi hermano contestó «y ahora me voy a fregar». Hay que puntualizar que la mujer era hija de guardia civil y se había criado de cuartel en cuartel, sin embargo había trabajado toda su vida. Nunca entendí cómo mi madre era tan moderna y feminista siendo mi abuela tan machista. Supongo que mi abuelo tuvo mucho que ver, muy avanzado en ese sentido.

Con mi sempiterna fe en el ser humano estoy convencida de que si los hombres sufrieran por un momento la humillación de un comportamiento machista, uno de los que aún vemos a diario, seguro que no lo harían. Frases como «la que vale llega, que no se quejen» me sacan de quicio. O cuando dicen «es que las mujeres están muy susceptibles con el tema». Ese hablar desde la superioridad me mata y repito que lo peor de todo es que el que lo hace no se dé cuenta.

Es triste que aún hoy exista machismo, violencia machista, discriminación, que haya gente que piense que el feminismo es lo contrario del machismo o que las feministas somos marimachos que odiamos a los hombres. Y entre la gente joven, a juzgar por la programación televisiva, no veo mucha esperanza. Esta semana se celebró en el ayuntamiento un homenaje a mujeres pioneras relacionadas con la fiesta fallera. Entre ellas estaba Mara Calabuig, una mujer a la que siempre he admirado y a la que nunca nada paró por el hecho de ser mujer. Mucho mejor ejemplo que las tronistas. Sin embargo, también afortunadamente, estoy rodeada de hombres que tienen interiorizada la igualdad. Y de mujeres luchadoras. Se ha recorrido un largo camino, pero queda mucho por hacer, intentaré no tirar la toalla cuando vuelva a ver tirar balones fuera ante una protesta contra el machismo, o alguien quitándole importancia.

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