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A pie de calle

A pie de calle

El centro de Valencia se ha convertido en un gran desafío para quien quiere pasar desapercibido pensando en sus cosas y sin ganas de interactuar con desconocidos. La tendencia al alza de inoportunar a peatones a través de un lenguaje coloquial, cercano y directo ha venido para quedarse e instalarse definitivamente, nos guste o no.

Desde hace veinte años he recorrido infinidad de veces el trayecto a pie entre Plaza de España y la Calle Colón, pasando por la Calle Xátiva. He vivido su evolución, y cada vez preocupa más la manera que utilizan comerciales de todo tipo al dirigirse a la gente, llegando a avasallar directamente al personal sin ningún tipo de compasión ni delicadeza. Típico en las entradas y salidas de bocas de metro y comercios de distintos tipos.

Cierto es que son muchas las variantes que podemos encontrar en el camino. Desde una recogida de firmas avalada o gestionada por una organización no gubernamental hasta revistas físicas en busca de una suscripción o aportaciones económicas sin más con buenos fines. Incluso encuestas de todo tipo. Por poner algunos ejemplos.

Somos conscientes de la presión a la que se someten estos trabajadores y la necesidad de aportar a su empresa resultados productivos. Sabemos lo difícil que es desarrollar esa labor a pie de calle, sin demasiados recursos, justo por zonas donde los peatones pasan a la velocidad del rayo, siempre con prisa y sin tiempo de pararse siquiera a pensar de qué están informando o qué están ofreciendo. Bastante hacen con resistir a un salario base mínimo cargado de complementos que dependen de su productividad y que rara vez llegan, dada la complejidad de cumplir los utópicos objetivos que sus superiores les exigen.

Son los responsables de estas empresas quienes deberían preguntarse si este método, tan agresivo y directo con el que forman a sus empleados, empatiza como para conseguir resultados o si, por el contrario, lo que genera es incluso más rechazo a la marca. Hasta qué punto vulneran el derecho a la intimidad, no por el hecho de parar a alguien sino por el lenguaje que suele emplearse, como si esa persona nos conociera de toda la vida. Porque nada tienen que ver los nuevos métodos con los clásicos. No tiene por qué ser ninguna ofensa que alguien trate de explicarnos o vendernos algo por la calle. Pero una vez queda muy clara la negativa, mejor no insistir.

Parecido es el caso de algunos restaurantes en el Carmen a la hora de la cena, sobre todo en fin de semana. Si paseas por la calle muchos camareros ofrecerán la carta en la mano sin que nadie haya preguntado. Cierto es que esta práctica resulta menos invasiva, pero lleva camino de convertirse en más de lo mismo.

Son situaciones que nos han pasado a todos y que se extrapolan a otras zonas de Valencia, aunque posiblemente con menor intensidad que en este trayecto a pie. Y sería bueno reflexionar. No es un mal mayor, y nadie va a tener secuelas por esto, pero tanto derecho tienen los comerciales de calle a desarrollar su trabajo de forma menos agresiva como los ciudadanos a no sentirnos invadidos, muchas veces más de una vez, cuando vamos pensando en nuestras cosas con la clásica prisa a la que nos obliga el medio urbano.

Hay momentos para todo y las formas son las que marcan estas situaciones. Y en este caso por el bien de todos, es mejor no perderlas.

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