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¿Dónde está el Valencia?

¿Dónde está el Valencia?

La situación del Valencia es preocupante y nada casual. Tampoco fruto de la mala suerte o de haber vivido una temporada dispar. Un conglomerado de decisiones y de mala gestión han llevado al club a uno de sus peores momentos en lo deportivo, falto de ilusión, de compromiso, lejos de los lógicos y asequibles objetivos marcados a través de una mala imagen que ha acabado desilusionando incluso al más positivo de sus aficionados.

Queda tan lejos aquella época gloriosa de las finales de Champions, las Ligas, la UEFA y la Supercopa de Europa que parece que casi hayan pasado cincuenta años. Una lejanía virtual provocada por la escasez de acontecimientos y continuas decepciones, salvo un segundo antes del fatídico gol de Mbia, que privó al equipo de otra final europea en otra mala temporada. Ni por esas.

Lim era ese salvador, ese clavo ardiendo al que había que agarrarse sí o sí para volver a ilusionar al personal y evitar males mayores en lo social. Nadie lo conocía pero no había alternativa. El tiempo nos ha descubierto a un señor frío que apenas viaja para ver de primera mano cómo van las cosas en una de sus tantas sociedades en propiedad.

Delegó en terceros una gestión que hoy está a punto de llevar al equipo a la deriva deportiva. Se sacó de en medio sin titubear, una vez conquistado el objetivo, a quienes se habían dejado la piel por él y habían apostado a esa única carta con los ojos cerrados. Invirtió poco y mal, hizo fichajes mediocres, aquellos que le convenían a su amigo Mendes, los de su cartera secundaria para equipos menores. Un equipo normalito de futuro para un presente demasiado urgente, que ha echado por la borda todo el esfuerzo de la temporada anterior clasificándose de nuevo para una primera fase de Champions League. Ni la suerte del sorteo del asequible grupo de la primera fase los libró de la ecatombe. Hasta la hija del dueño, que se dejaba caer continuamente con su séquito de acompañantes se cansó, una vez estrenado el juguete nuevo, de la nueva empresa de su padre.

Ahora presiden y entrenan, respectivamente, personas que no hablan nuestro idioma, ni lo intentan ni lo pretenden. El club está en manos de unos extraños contra los que no se puede hacer nada salvo esperar. Mestalla siempre fue un fortín, un estadio fiel que rugía y arañaba fueran como fueran las cosas. También han conseguido acabar con eso. Tiene mérito, porque esta afición siempre ha demostrado fidelidad y apoyo incondicional siempre. Pero la paciencia llega a un límite, y estamos en él.

El entrenador, como bien reza su contrato, se largó camino de su puesto de subordinado en la selección inglesa, justo en el momento más importante de la temporada. Otro disparate. Porque no han sido los resultados. Es la pobreza de ver que no se sabe a qué se juega, para qué se está ahí, ni siquiera qué narices se defiende y que se esconde tras esa camiseta llena de historia.

Como bien dice Albelda cuando le preguntan, no puede tratarse a esta entidad como otro más de los nombres inscritos en el registro mercantil de un empresario. Un club es mucho más y requiere de otro tipo de funcionamiento, de otras vías, otra forma de hacer las cosas. Y si no se empieza por ahí esta temporada puede terminar peor de lo que nadie hubiera imaginado hace meses. Esperemos que no sea así, pero si no cambian las estructuras, este Valencia tiene tan mala pinta que ni se le reconoce. Ojalá la cosa no empeore.

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