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La ciudad más iluminada de Europa

La ciudad más iluminada de Europa

Había llegado desde Bolonia para dar clases de italiano en Valencia. Era un joven rubio con el pelo largo y rizado que solía sacar a pasear a su perro, un hermoso pastor alemán, por los jardines de Blasco Ibáñez. Se dedicaba a leer poemas mientras daba vueltas entre los setos recortados y los viejos bancos de madera. Aunque fuera de noche, la luz de las farolas era tan intensa, que se podía leer cómodamente.

Hace unos años Valencia se llenó de farolas, de varios modelos, unas modernas, otras de estilo más clásico. Como si de un bosque de luces se tratara, la ciudad se convirtió en una especie de catálogo de farolas que saltaba a la vista. Inevitablemente se empezó a hablar de derroche energético y de alarmante contaminación lumínica. Quienes pilotaban aviones afirmaban reconocer fácilmente a Valencia por una enorme mancha de luz anaranjada visible desde lejos. Se recordó que para poder contemplar alguna estrella era necesario alejarse bastantes kilómetros de la ciudad, ya que era imposible distinguir ni una sola en el firmamento valenciano.

Por aquellos años se celebró en Madrid el Congreso Nacional de Medio Ambiente, una cita anual para abordar los temas relacionados con la situación ambiental desde diversos puntos de vista. Entre los múltiples temas tratados, una mesa redonda abordó el tema de la contaminación lumínica. Los astrónomos y científicos allí presentes llegaron a identificar a Valencia como paradigma del derroche energético. La oposición municipal reclamó que se encargara una auditoría energética que analizara las instalaciones existentes y que se realizara un estudio de eficiencia energética, tal y como otras ciudades del Estado español estaban ya llevando a cabo. Ante las críticas por el elevado derroche, la alcaldesa Rita Barberá repetía una y otra vez que la gente estaba encantada con las farolas y que Valencia era la ciudad mejor iluminada de Europa. Hasta que llegó un momento en que no pudo pagar la factura de la luz, entonces tuvo que ir apagando luminarias para poder ahorrar un poco. La verdad es que Valencia no era la ciudad mejor iluminada de Europa sino la más iluminada.

Frente a tanto derroche energético, en la Serranía del Alto Turia, en la localidad de Titaguas, han instalado una escuela de ciencias cosmofísicas donde los asistentes pueden estudiar las constelaciones, localizar a la Estrella Polar, observar el cielo a través del gran telescopio y aprender a utilizar el astrolabio, el contador de estrellas, los relojes de sol o el calendario lunar. Ramiro Rivera, el alcalde de Titaguas, ha sabido promover una iniciativa que combina el turismo rural con la ciencia, que promete a los visitantes aprender cartografía, meteorología, paleontología y otras materias que animan a visitar Titaguas. También se puede estudiar botánica y visitar el museo dedicado a Simón de Rojas Clemente quien fuera Dizzypulo de Antoni Josep Cavanilles, nacido precisamente en Titaguas. Constituye un original espectáculo visitar Titaguas a principios de agosto cuando se apagan todas la luces del pueblo y los vecinos encienden alrededor de 14.000 velas que iluminan calles, balcones y ventanas que crean una imagen insólita.

El alcalde Joan Ribó ha prometido cambiar todo el alumbrado por otro menos contaminante, más eficiente y de menor consumo. Una tarea que ya podría estar hecha si no se hubiera derrochado con tanto desparpajo y falta de responsabilidad.

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