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Russafart

Empíreo de artistas

Russafart cumple diez años ininterrumpidos de labor cultural de la mano de Arístides Rosell y con varios centenares de creadores llegados de todos los lugares del mundo

Empíreo de artistas

­ Las cifras son alucinantes: varios centenares de creadores de todos los lugares del mundo acuden a Russafa. Concretamente este año hay 62 estudios y proyectos; 30 espacios expositivos; 83 comercios colaboradores y una aportación institucional de 0 euros. Todo el montante económico se cubre con particulares, incluso han lanzado una campaña internáutica de micromecenazgo para poder culminar la empresa.

Hay situaciones muy indignantes. Cuando «Russafart» ha ido a pedir ayuda a las instituciones, les han contestado que se pongan en la fila y que ya les contestarán. Todo ha de pasar por una futura comisión que ni siquiera está designada, con un concurso no redactado. Los «anteriores» les pagaban por lo menos el magno catálogo del evento, y eran criticados por insensibles. ¿Como hemos de adjetivar a un equipo de gobierno que suscitó tantas ilusiones y en este año de gestión todavía muestra una parálisis incógnita?

«Russafart» es un proyecto muy serio que ha mostrado su consistencia de dos décadas, si tenemos en cuenta que «Imprevisual», la galería de arte que lo mueve todo se instaló en la calle Doctor Sumsi hace veinte años. Querer ser tan asépticos conduce al desengaño y ahoga una iniciativa que ha tenido repercusiones en Brasil y en Francia, hermanándose con los proyectos «Llave maestra» y «Belle Ville».

Arístides forma parte de la diáspora artística cubana. Sus epígonos son el escultor Óscar Aguirre y el pintor Manuel Martínez Ojea, del grupo «La Campana» de las Tunas. Llegaron a Valencia exiliados y esperanzados. Titulados universitarios en Bellas Artes, debieron desarrollar todo tipo de trabajos para subsistir hasta que se afianzaron como artistas. «Sin Patria, pero sin amos» fue su primera exposición; toda una declaración de intenciones. La desgracia de su exilio nos trajo la ventura de su gesta. Russafa hoy es fecunda en arte gracias a ellos. Los antecos de estos creadores son los valencianos que debieron salir de su tierra para desarrollarse como tales. La semana pasada tuvimos ocasión de encontrar a uno de ellos, famoso en el exterior y silenciado en nuestras tierras.

Marcos Carrasco es hijo de valencianos que acudieron en los años cuarenta a Madrid en busca de oportunidades. Su padre fundó una mítica empresa de conservas, «El Cóndor», fabricando además la «Salsa Brava San Ramón» que llegó a exportarse a Rusia cuando aquel era un destino imposible. Vivieron en el barrio de las Ventas, lo que inoculó en el muchacho un porte torero y arriesgado. Marcos se matriculó en Bellas Artes y antes de doctorarse ya estaba trabajando en una agencia de publicidad.

Marcos Carrasco fue uno de los puntales de la Movida Madrileña de los años ochenta, junto a Ceesepé, Ouka Leele o el también valenciano Hortelano. Publicó cómics contraculturales en las revistas «Star» y «La Luna de Madrid», organizando en 1977 la primera exposición de cómic «underground» e introduciendo este arte emergente en televisión a través del programa «Poprgrama».

De la mano de Mariscal incursionó en el diseño gráfico, dando clases en diversas universidades privadas. No descuidó la pintura tradicional desde su primera muestra en la desaparecida galería «La Cábala», exhibiendo su obra por los cinco continentes, desde Chicago hasta Bruselas. Naturalmente en Valencia lo tenemos descuidado. Su portentosa obra se puede contemplar estos días en la exposición «Despertar», programada por la meritísima galería «Aitana» de Burriana, gracias a la labor de Juan Pitarch y Salomé Monfort. Después irá a Torrevieja.

La obra de Carrasco es sorprendente, con un dominio mágico del cuerpo humano y una capacidad irreal para dotarlo de diversas texturas. Aventurero de corazón, se ha adentrado en los desafíos del mundo digital y expone una serie de impresiones sobre aluminio que tienen una calidad deslumbrante. Contrastan en sus creaciones la fructífera alianza de alas y vuelos de aves con raíces y los troncos de árboles, simbólica conjugación de cielo y tierra en la epopeya humana. Junto a Marcos Carrasco, discreta y modesta, expone su mujer la escultora Magdalena Merino. Mantiene un segundo plano, para no restar protagonismo a su pareja. Pero las creaciones de Magdalena son de tanta magnitud e importancia como los cuadros de Marcos. Ella también juega con la belleza del cuerpo humano, pero en tres dimensiones. Sus pequeños personajes de bronce y hierro gozan de unas proporciones perfectas y nos deleitan con acrobacias atrevidas que marcan en el aire las líneas de un sueño. Eso es el arte: abrirnos las ventanas a un mundo ideal. De eso tienen que tomar notas las actuales gestores.

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