Tal día como ayer hace un mes, los falleros estaban sumergidos en la particular carrera sin freno que son los cinco días grandes de la fiesta. Treinta días después, los casales no sólo han reabierto, sino que sus componentes salieron a la calle. Porque las fiestas de «apuntà» son el primer gran evento del calendario. Y una excusa para volver a reunirse y organizar «festa al carrer» o en el interior del local.

Comisiones de toda condición organizaron tanto el sábado como, especialmente, el domingo, estas fiestas. Su utilidad técnica es cuestionable y no será porque no le ponen empeño las comisiones. Actividades infantiles, comidas populares „algunas de pago y otras gratuitas„ y lemas a través de las redes sociales y la cartelería recordando al que duda que ser fallero es lo mejor del mundo.

Finalmente, y salvo en casos muy excepcionales, las cifras saldrán cuenta con paga entre los que se dan de baja y los que se apuntan o los que regresan. Algo que, en no pocas ocasiones, también tiene mucho que ver con el carisma del presidente, sea repetidor o nuevo. El caso es que, números en la mano, las comisiones han conseguido capear el temporal de la crisis sin perder muchos miembros. Valga el dato: en 2013, el número de falleros adultos era de 65.671, bajó hasta 63.176 en 2015 y en las pasadas fiestas, remontó hasta los 64.734. No ha habido ningún cataclismo en una fiesta que, a pesar de este freno, no deja de crecer: hace veinte años, el número de falleros rondaba apenas los cincuenta mil. Son cifras de adultos, aunque lo que más se persigue en estas fiestas es el mercado infantil, que tiene más facilidades económicas, garantiza que los más pequeños están en un ambiente sano y siempre se cuenta con que, al final, el infante acaba por arrastrar a los progenitores.

Sin cortar calles

Con todo, las fiestas tuvieron sus peros, como la contrariedad que mostraba el presidente del Barrio de San Isidro, Ismael Moret, quien aseguraba que «no nos han dejado montar los hinchables no ya en la calle, sino en un descampado y hasta la paella, haciéndola en el solar privado de un fallero, había que dar los nombres de quienes las hacían». Sólo la fiesta del Mig Any y la de San Juan están habilitadas para cortar calles. Otros optaban simplemente por sacar el futbolín y lo que no podía faltar, en cualquiera de los casos, es la mesa con los folios para estampar la firma de la continuidad.