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Cañas y barro

Donde dije digo...

Donde dije digo...

Cómo cambia todo cuando se pasa de llevar la camiseta reivindicativa a llevar la chaqueta de ejecutiva. Qué diferente es predicar a dar trigo. Qué fácil prometer antes de subir al poder y entonces? Ya se sabe: «Donde dije digo, digo Diego». Son ya tantas las muestras que nos han dado los nuevos gobernantes de esta ciudad y de nuestra Comunidad Autónoma?Pero ahora, en estos días, hay dos muy recientes: la apertura de los comercios en domingo y el pago a las familias de acogida. Dos promesas incumplidas que se van sumando a tantas otras. Pero siempre hay una razón, una excusa, un argumento de peso, siempre.

El caso es que lo que hace apenas un año, en plena campaña, era inconcebible ahora es su «modus operandi». La desfachatez de algunos dirigentes políticos y de sus socios va creciendo cada día y de forma desvergonzada, engañan con toda soltura y naturalidad. Prometen con la absoluta seguridad de que es imposible cumplir pero su ambición de poder no tiene límites. Sus objetivos son muy claros pese a ocultarlos tras un velo buenista y altruista. Tienen bien marcado el primer paso: Hay que decir lo que la gente quiere oír, se pueda o no llevar a cabo después. Pero ya son muchos los colectivos engañados y la máscara empieza a deteriorarse dejando ver lo que realmente quieren para Valencia y para sus ciudadanos? ¿O debería decir para Cataluña?

Entre las personas que despiertan en mi todo el respeto y la admiración se encuentran las familias de acogida. Mujeres y hombres , niños y niñas, que están dispuestos a convertirse por un tiempo en padres y madres, en hermanas y hermanos. Que no tienen ningún inconveniente en compartir sus casas, su tiempo y sus cosas con quienes se encuentran en una situación de desamparo por lo que la administración se ha hecho cargo de ellos. La generosidad que demuestran estas personas sólo por participar en los programas de acogida merece toda la consideración y todo el reconocimiento desde cualquier ámbito de nuestra sociedad pero especialmente desde la administración , ya que, al fin y al cabo, estas familias son las que en la práctica desarrollan las políticas y programas. Los recién llegados a la administración conocían las reivindicaciones de estos padres y madres y sabían muy bien lo que tenían que decirles para tenerlos contentos.

Así es que se pusieron manos a la obra haciendo lo fácil, lo bonito, lo que provoca satisfacción inmediata y se resuelve con un acuerdo sobre el papel. Pero al final las palabras se las lleva el viento y del dinero, ese que permite vestir, calzar, educar y alimentar a esos niños, ni rastro. Les dicen que llegará. Claro, eso seguro, y si puede ser antes del 26 de junio mejor. Pero es que esas necesidades las viven personas con nombre y apellido y hay que satisfacerlas cada día, y algunas, tres veces al día, como mínimo. Las familias de acogida no son matrimonios ricos que han tomado la decisión de ambientar sus hogares con unos cuantos chiquillos que correteen por los pasillos, no. La mayoría de estas familias tienen sueldos muy normales y algunos hasta han tenido que dejar de trabajar para atender a los niños. Las familias de acogida merecen, ante todo, sinceridad y nada de «donde dije digo?»

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