El Mercado Central de Valencia está seriamente amenazado. No me refiero al edificio, que seguro está bien protegido, sino a lo que realmente importa: el modelo de mercado que queremos. En torno a él aparecen diferentes inquietudes que apuestan por proyectos de viabilidad muy diferentes.

Por un lado están quienes creen que el Mercado Central se debe de explotar como centro de ocio y turismo. Quisieran ver entre fruterías y pollerías un puesto donde se venda sushi, un mini bar de quinto y tapa o una pulpería.

En el extremo opuesto, están quienes entienden que el Mercado no debe de alterar su identidad. Yo me posiciono abiertamente con los segundos. Un mercado se define como un espacio donde, mayoritariamente, se venden productos de temporada y proximidad. Desde ese punto de vista, me inquieta ver cada vez más productos de contratemporada con más kilómetros que el baúl de la Piquer. Temo que esto cada vez parezca menos un mercado y más el lineal gourmet de una gran superficie.

Respecto a los puestos de comida€ el turismo puede ser una oportunidad para una ciudad, pero también una amenaza. Compro cada semana en el Mercado Central de Valencia. Pepín, Los Malagueños o Aves Rocío lo saben. No me apetece lo más mínimo que un alemán barbudo me fotografíe mientras compro las anguilas para el all i pebre. Me da pereza espantar japoneses a codazos para poder elegir la pieza de vaca de donde saldrán mis chuletones.

Cuando, sobre todo en verano, los turistas invaden el mercado, hacer la compra se convierte en una especie de gincana en la que debes de sortear mil obstáculos para llenar el carro de la compra. Entiendo que no podamos, ni debamos, prohibir la entrada al turista pero sí podemos, al menos, mantener nuestro mercado y no construirle uno de cartón piedra. Mantener lo que nosotros, los vecinos, necesitamos en lugar de preparar lo que ellos, los turistas, nos demandan.

Entiendo perfectamente que los vendedores quieran elegir opciones más rentables. Es muy posible que vender zumos dé más dinero que vender naranjas. Pero convendría que recordáramos que el mercado es de propiedad municipal y, por lo tanto, al servicio de los vecinos. Del mismo modo, los ciudadanos no debemos olvidar que el mercado está vivo porque hay unos vendedores que levantan la persiana cada día y, para ello, sus negocios han de ser rentables.

Sueño con un mercado que se parezca al que conocí de la mano de mi madre. Un mercado que se nutra del producto de temporada de nuestra huerta, que se alimente directamente y a precios justos de las lonjas cercanas. Un mercado vivo, pero actual. Con unos horarios compatibles con los de sus clientes. Sueño también con unos vecinos que redescubran el valor de confiar en la honestidad del tendero y en el consejo del profesional. Quiero un mercado volcado al producto y no al turismo. Por suerte, el concejal Galiana (que luce una valentía impropia entre los políticos) lo tiene claro. En cada mercado un bar, como toda la vida. No más. El mercado está rodeado de bares y restaurantes que estarán encantados de ofrecer refugio al esforzado turista.