Ayer no hubo competición en la vuelta de las rocas a su «casa». Cada año durante el recorrido que hacen los monumentos tirados por caballos es tradición que en la «pujà» a la calle del Palacio Arzobispal se hagan pequeñas competiciones de tiro y arrastre, en las que no faltan las apuestas. Llegado este punto, en el que se suma la subida y una curva, se solía soltar uno de los dos caballos y se afrontaba el reto con algunas personas cogidas de los monumentos para hacer de contrapeso y que así el animal tuviese que demostrar su fuerza.

Sin embargo este año no ha sido así. Y se debe a la conservación de los monumentos. Como explicó ayer el concejal de Cultura Festiva, Pere Fuset, a este periódico, los técnicos del ayuntamiento han recomendado este ejercicio que las rocas no sufran este desgaste, puesto que están deterioradas. Cabe recordar que este año la roca Valencia ha vuelto a la calle tras cinco años de descanso y una restauración que ha mostrado que su madera sufre una erosión que comparten el resto de rocas por la carcoma, la humedad e incluso por secuelas de la Riada de 1957.

Así, a falta de una futura restauración el ayuntamiento comunicó a Amics del Corpus y los dueños de los caballos la necesidad de evitar este exceso. «Las rocas son únicas, y hay que preservarlas», sentenció el concejal Pere Fuset.