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Camals mullats

Agazapados en Valencia

Agazapados en Valencia

La casualidad quiso que recibiera un correo con una invitación a un «cocktail prolongé» al encaminarse a un almuerzo largo. Le encantó el concepto, también la osadía del convocante. El compromiso diplomático de largueza es valiente. Es apuesta por retener, por entretener, por frenar la huida de los convocados. El almuerzo era con amigos. Si se junta a una docena de personas, con vínculos sólidos de cuatro en cuatro, y superficiales con el resto, hay espacio para la sorpresa. En un rincón se hablaba de barrios atractivos, en otro sobre la risa. El debate sobre si la risa es síntoma de tontuna o de listeza lo zanjó de un zarpazo el honorable anfitrión, «la risa es la música del pensamiento».

Las ciudades tienen flecos. Por Tapinería o por el pasaje Giner, en la misma Plaza de la Reina, se accede a la Plaza del Miracle del Mocaoret. Es solo un rincón, sin un banquito para sentarse; probablemente para evitar que a alguien le de por organizar un botellón o echarse alguna siesta. Oasis frente al que desfila el bullicio de las hordas extranjeras dirigidas por señoritas con banderín o coloridos paraguas. A izquierda y derecha se asoman, cotillas, el Micalet y Santa Catalina. Nuestro santo más internacional, una suerte de Mago Pop del siglo XIV, dejó volar un pañuelo desde la Iglesia de los Santos Juanes que llegó hasta una casa habitada donde una familia, en ese momento, necesitaba ayuda. ¡Miracle! Resiste la casa en que vivió, un par de años, José Martí, el libertador cubano. En horario comercial sensato hay abiertas dos tiendas donde venden cerámica. Enmarcar un socarrat regalado es un privilegio al alcance de pocos.

Detrás de la avenida del Cid, sin apenas achaques por sus ochenta y cinco años de existencia, resisten callejuelas y casas sencillas, de planta baja y una altura. Están rodeadas de impersonales edificios, defendidas por una barrera de tiendas y talleres de motos japonesas. El depósito de agua es de los pocos que resisten y la Alquería de Ponsa se mantiene orgullosa. Cualquiera de la cincuentena de sus casas, construidas por la Cooperativa de Viviendas Baratas, ilustra la diferencia entre valor y precio.

Amparo y Lola me enviaron directo al más valioso de los rincones escondidos, el conjunto industrial y viviendas de la antigua Imprenta Vila. Un patio de manzana al que se accede desde la calle San Vicente por la calle Mascota. Es una microciudad con nave, calles, y viviendas para trabajadores. Tiene poco más de un siglo y ha servido para celebrar eventos modernos, rodar series de televisión. En una película de culto pusieron arena para simular que se estaba en una isla, la del holandés. El conjunto industrial está hoy en venta.

Por segunda vez, le asombró la belleza serena de sus canas en melenita. Le recordó a Libertad Leblanc, el personaje más atractivo de «El desencanto». Sentados en el porche «québienseestáaquí», saltaba por las conversaciones esbozando diversas variedades de sonrisa. Arrobada con ayuda del limoncello le llegaron acordes de canciones escritas y musicadas por su hijo. Ella que las cantaba a voz en grito en el coche era incapaz siquiera de susurrarlas. Seguía el ritmo con el pie. La mezcla de orgullo y vergüenza la bloqueó. La niña que llevaba dentro era tímida, muy tímida.

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