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Recuperadora del folclore autóctono

La Euterpe de Valencia

La Generalitat debería otorgarle su distinción oficial antes de que cumpla los 100 años - Los grandes méritos de María Teresa Oller Benlloch tendrían que haberle servido para académica o miembro del Consell Valencià de Cultura

La Euterpe de Valencia

«Compliràs cent anys i et tocaran a albat...» este refrán valenciano casi en desuso rememora el toque de campanas cuando moría un niño inocente e ingenuo, aplicándose a las personas extremadamente bondadosas en cuyo corazón la maldad no puede inocular sus ponzoñosas garras. María Teresa Oller Benlloch va camino de los cien años, nació el 23 de octubre de 1920 en la calle Caballeros de Valencia y en este siglo de vida nada ha podido perturbar ese candor infantil que irradia con una fuerza tranquila y equilibrada.

María Teresa Oller es la musicóloga más importante del siglo, una auténtica Euterpe de Valencia. Euterpe era la musa de la Música en la mitología griega, inventora del «aulos» o flauta doble, y etimológicamente «la muy placentera», «la de agradable genio» o «la de buen ánimo» Manuel Oller Celda, ilustre abogado hijo de un platero de Gandia, y Rosario Belloch García, pianista que renunció a su vocación para dedicarse a una familia de nueve hijos, fueron sus padres.

Estudió en el Colegio de la Sagrada Familia, regentado por las Hermanas de la Doctrina Cristiana, en el Carrer de Cadirers, a espaldas de la iglesia de la Compañía y junto a lo que fue antigua «Cárcel de Mujeres» que durante mucho tiempo conservó su amenazante rótulo. Aquel elegante entresuelo de su infancia tenía acceso a dos mundos, fachada delantera a Caballeros, calle de primera donde desfilaban suntuosos carruajes, y detrás la calle Salinas, donde los buhoneros y húngaros con osos y cabras cantaban sus pregones y romances. Así conoció la música popular, junto con las «cançonetes» que le cantaba su tía Consuelo, al mismo tiempo que su madre le enseñaba solfeo en el piano.

Murió su padre en 1934, después estalló la guerra civil. Resistió en el piso de su abuela, en la calle de Campaneros, mientras refugiados de Madrid ocupaban sus habitaciones, bajo la Cámara Agraria que se transformó en Ministerio de Agricultura de la República. En 1957 pasó a la vivienda donde todavía reside, en el Paseo de la Pechina.

María Teresa tuvo muchos pretendientes, pero siempre los desdeñaba por el amor irrefrenable que sentía por la música, siguió su vocación despreocupándose de formar una familia convencional. Hermanos y sobrinos cubrieron ese hueco afectivo. Ella estudió piano en el Conservatorio, sacó una plaza de profesora de Música en el Instituto de Bachillerato «San Vicente Ferrer» y, en cuanto pudo, se hizo profesora de Armonía del Conservatorio de Valencia, primero interina y luego consolidando la plaza.

Por aquellos tiempos el Instituto de Musicología que dirigía Manuel Palau dentro de la Institución Alfonso el Magnánimo de la Diputación de Valencia inició la tarea de recopilar toda la música popular valenciana, pueblo por pueblo. La seleccionaron para formar equipo con Salvador Seguí, Fermín Pardo y Sebastián Garrido. Su misión consistía en visitar cada domingo una población y «rescatar» los cantos tradicionales de la viva voz de los ciudadanos.

Así recorrió Teresa una gran parte de la geografía del Reino de Valencia, atesorando el folclore autóctono tanto en idioma valenciano como en español. Su ingente obra se fue publicando para que estuviera al alcance de todos, hasta que cambió el criterio de la institución y la investigación se interrumpió. Fue la Fundación Juan March quien otorgó unas becas para que continuaran, que luego fueron renovadas por los óptimos resultados obtenidos.

La metodología consistía en avisar por carta al alcalde de su llegada. Normalmente, a no ser que hubiera hostal, el ayuntamiento le conseguía una habitación para dormir. Luego hablaba con el sacerdote y con el maestro, quienes le informaban de quienes destacaban por recordar viejas canciones. Todo ese tesoro se iba pasando en familia de padres a hijos como forma de entretenimiento. Pero la llegada de la radio y la televisión interrumpió el ciclo. De no ser por la decidida labor de María Teresa Oller todo ese legado se hubiera perdido.

María Teresa siempre estuvo vinculada a «Lo Rat Penat», su padre ya era socio y la llevaba a jugar al patio del Palacio de la Scala mientras él asistía a las reuniones, llegando a ser mantenedor de los «Jocs Florals» en 1927. Al formarse el «Grup de Danses» en 1973 y posteriormente el «Cor Popular», María Teresa fue el pozo de sabiduría donde estas agrupaciones folclóricas encontraron el mejor material para después presentarlo en sus actuaciones. María Teresa fue el puente de concordia y la primera Conselleria autonómica, en plena Batalla de Valencia. Animosa y valiente, se presentó en el despacho de Ciprià Císcar y le advirtió: «La música amansa a las fieras; si apoyas la música en Lo Rat Penat, las fierecillas ratpenatistas se amansarán y no te darán tantos disgustos». Inmediatamente recibieron una subvención. María Teresa vive con una plenitud inmensa. Sonrie, gesticula y siente. Venera la lengua valenciana y el tesoro de su caudal popular. Qué lástima que esta Valencia ingrata no la haya nombrado académica o miembro del Consell Valencià de Cultura. Todavía estamos a punto para que la Generalitat le otorgue su distinción oficial, por lo menos antes de que cumpla los 100 años.

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