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Mujer bisagra

Mujer bisagra

María sale de casa cada día con el tiempo justo tras dejar lista la comida para sus padres y para su marido. Su hijo afortunadamente come en el colegio, con prepararle el almuerzo es suficiente. Debe tener mucho cuidado con la alimentación de su padre que es diabético y con la de su madre con problemas de hipertensión. Desde que sus padres se hicieron mayores abandonaron la casa del pueblo donde nacieron y se mudaron a la ciudad para que su hija pudiera atenderlos. María a menudo se siente confusa y cansada, reconoce que su familia la necesita, asume esa responsabilidad, es su deber, cuidar a sus padres no es un trabajo que se pueda pagar con dinero, bien sabe ella que el dinero no soluciona esas necesidades humanas. A pesar de todo, hay días que no puede ni con su alma, y echa de menos que alguna vez al menos le reconozcan sus cuidados y el esfuerzo que supone para ella. El trabajo de cuidar a los demás se considera una responsabilidad familiar o social, no se trata de un trabajo remunerado, con frecuencia no es compartido, ni tampoco valorado. María no recuerda cuánto tiempo hace que no disfruta de unos días de vacaciones sin tener que cuidar de nadie, aunque se conformaría con poder salir alguna tarde al cine con sus amigas, con disponer de un poco de tiempo para ella.

Carol Gilligan, feminista y filósofa, catedrática de Humanidades y Psicología Aplicada de la Universidad de Nueva York, es la impulsora de la ética del cuidado cuyo concepto central es la responsabilidad. Defiende que ha llegado el momento de dejar de lado la afirmación de que los hombres son pensamiento abstracto y las mujeres sentido de la responsabilidad, sobre todo en relación con padres e hijos. Las teorías de Gilligan nos resultan interesantes porque exploran con sagacidad esos puntos muertos que todavía se dan en las relaciones entre mujeres y hombres. Nos revela que el tema de la dependencia ante todo pone de manifiesto la vulnerabilidad humana, y señala así mismo las razones por las que las políticas de empleo del tiempo- de eso saben mucho las mujeres-, van ocupando poco a poco su lugar en la nueva agenda política. Gilligan invita a ahondar en la idea de que el cuidado debe ser abordado como una práctica democrática, no como una obligación exclusivamente de las mujeres. El catedrático de Sociología Lluís Flaquer, habla de familias de la generación sándwich, las define como las formadas por abuelos, padres hijos y nietos, familias en las que en una situación de crisis económica como la actual, se fuerza a las mujeres de la generación intermedia, a asumir tanto las responsabilidades financieras como las derivadas del cuidado de ascendientes y descendientes.

También hay quien las llama mujeres bisagra, aquellas que buscan su equilibrio personal entre el mundo que aprendieron de sus padres, muy especialmente de sus madres, y el de sus hijos y nietos. Son mujeres cuya edad oscila entre los 50 y los 60 años aproximadamente y que se encuentran inmersas en el centro mismo de un necesario cambio de cultura. En definitiva aunque mujeres como María no sean conscientes de ello, en un contexto patriarcal, el cuidado ha sido considerado una ética femenina; pero en un contexto democrático, el cuidado es una ética humana, como afirma Gilligan. Ni más, ni menos.

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