La feligresía sale de la parroquia de Nuestra Señora de Gracia en La Torre y se sorprende con la presencia de más de un centenar de personas, un coche de época y unos jóvenes con camisetas de tirantes y gorras del revés. Debían haber puesto la música a las ocho, pero se esperan a que el señor cura termine el oficio. Y entonces empieza el espectáculo. «¡Vamos, gente de La Torre. Decirnos tres palabras y nosotros rimamos». Son los protagonistas de la Batalla de Gallos de Red Bull. Se trata, en todo caso, de un teatrillo itinerante que, en diferentes plazas de la ciudad, ha llevado a jóvenes raperos a mostrar sus habilidades con la rima. Es la forma de caldear el ambiente hasta que, el día 9, la Marina Real acoga a los grandes de habla hispana con la final nacional, donde se espera a quince mil personas.

Gente del mundo del rap se mezcla en el corro con habitantes del pueblo. Niños, parejas jóvenes y señores mayores, que observan con sorpresa. Hasta este diario forma parte de las rimas. «Ponte aquí delante / que mañana salimos en el Levante». El rap es el arte de la improvisación y la métrica, componer frases con mensaje y desafiar al que está enfrente. La iglesia también forma parte de los particulares ripios. Desde una ventana de la sacristía se asoman. Debe ser el señor párroco.

«El rap es un arte. Prefiero dos raperos que se desafían con versos que no pegándose. Las peleas, con la palabra» dice David Sampaio, uno de los organizadores del torneo que es quien coordina los «bolos» por la ciudad. Los MC hacen sus réplicas y contrarréplicas. Una joven suramericana coge el micrófono y suelta una parrafada dedicado a las madres. El público le aplaude. Se suma un joven con camiseta de la Guardia Civil. No forma parte del grupo oficial y rapea bastante bien.

En el centro de la plaza de improvisa una batalla de gallos, pero suave, sin palabrotas, que hay niños delante. «Que sepáis que aquí nos insultamos y nos decimos de todo, pero al acabar nos damos un abrazo» espeta uno de ellos al público.

Se reprochan la indumentaria, la obesidad, el peinado, las gafas o las joyas. Aullidos de admiración reciben las mejores estructuras. Y al final, el abrazo. «El otro día, en El Palmar había una pareja de mayores jugando al truc y había que verlos cómo llevaban el ritmo con el cuerpo mientras jugaban. Y en Massarrojos, un policía local no acababa de verlo claro y luego lo veías moviendo la cabeza a ritmo». Mañana les espera la plaza de Patraix y el viernes la de la Cruz del Canyamelar.