El cierre en el primer fin de semana de julio de algunos locales nocturnos en Valencia supone un auténtico punto de inflexión en la política -habría que decir, con más precisión, la «no-política»- municipal en materia de regulación del ocio nocturno. Tras años de abusos, impunidad, quejas y desesperación de miles de vecinos, por fin un ayuntamiento ha decidido enfrentarse a una de las prácticas más embrutecedoras y vandálicas que se practican en nuestra ciudad.

Cuando leí la noticia fue tal mi incredulidad que tuve que acercarme personalmente a uno de los locales cerrados para comprobar su veracidad. He visto multitud de bares clausurados en muchas ciudades por incumplir las normas y atentar contra el derecho al descanso de los vecinos, y seguramente muchos de ellos con menos infracciones que los susodichos, pero me resultaba inédito que esto pasase en mi ciudad, tan degradada en materia de respeto y convivencia urbana. Por este lado, lo justo es felicitar al gobierno del alcalde Ribó, reconocer la pertinencia de las declaraciones de la concejala Sandra Gómez para justificar la medida y señalar su mérito y valor.

Dicho esto, la batalla no está ganada, y va a hacer falta mucha perseverancia, mucha firmeza y mucha conciencia democrática para actuar en todos los frentes y acabar con esta práctica abusiva que ha superado cualquier límite razonable. El botellón está muy enquistado en la cultura urbana de la ciudad, hay muchos intereses creados y son muchos años de mirar para otro lado, limitándose en lo esencial a mandar los servicios de limpieza a primera hora del día para borrar las huellas. El consistorio tiene que seguir actuando con firmeza, tanto por coherencia con otras actuaciones que está emprendiendo para erradicar el barbarismo de la ciudad, como porque se trata de una forma de tortura, especialmente en noches sofocantes de verano.

Decía hace poco Michael Hayden, antiguo director de la NSA y de la CIA en los tiempos de George Bush, en una entrevista publicada en el XL Semanal (12 de junio de 2016) que «cuando me nombraron director de la CIA, en 2006, reduje los trece métodos ampliados de interrogatorio que se usaban entonces a seis. De ellos, solo catalogaría como realmente duros dos: la privación prolongada de alimentación y, sobre todo, la privación del sueño»: Son palabras escalofriantes que remiten tanto a la crueldad humana como a los efectos devastadores que la prolongación de sueño provoca en hombres y mujeres.

Nosotros, vecinos damnificados por el ruido nocturno que provoca el botellón, sin pretender compararnos con los prisioneros sometidos a tales sufrimientos, denunciamos públicamente las noches enteras y continuadas que pasamos sin dormir.

Abundando en el tema, el día 13 de julio la prensa se hacía eco de los resultados de un estudio desarrollado por el Instituto de Salud Carlos III y la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) que revelaba que altos niveles de ruido promueven «mecanismos de estrés» que pueden causar alteraciones de tipo cardiovascular, respiratorio y metabólico, y que pueden ser un factor «precipitante» de una cadena de mecanismos biológicos cuyo desenlace podría ser la muerte.

Valencia necesita una política de ocio urbano que haga compatibles, como pasa en el mundo civilizado, el derecho al ocio con el derecho a dormir de los vecinos. Para ello hay que tener las ordenanzas adecuadas y hacerlas cumplir. Hay que revisar los horarios de cierre de los locales de las zonas donde estos problemas son más intensos y hay que dar a la Policía Local los medios y las indicaciones necesarias para que cumpla eficazmente su labor.