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Una saga de artistas

La dinastía Frejo y su impronta

Emilio Frejo Abegón, junto a su hijo Emilio Frejo Gutiérrez, fundó el «Frejo Estudio», donde elaboraron la primera edición ilustrada de los «Cants d´Amor» d´Ausiàs March

La dinastía Frejo y su impronta

La imperfección es la esencia del arte. Para obtener una imagen perfecta ya está la fotografía. Cuando la realidad se somete a la visión subjetiva del artista, con todas sus virtudes y sobre todo con todas sus defectos, es cuando surge la obra de arte única e irrepetible. Esta ha sido la filosofía vital de la familia Frejo, estirpe de creadores arraigada en Valencia desde 1930 cuando el abuelo llegó desde Valverde de Leganés, en Badajoz, para procurar una mejor existencia a sus seis hijos: Emilio, Celedonio, Luisa, Gumersinda, Francisco y Ángel.

Emilio Frejo Abegón, nacido en Mislata el 8 de mayo de 1931, fue discípulo de Esteve Edo y siguió estudios artísticos hasta su entrada en la empresa Publicidad Balanzá. En 1942 empezó a trabajar para Editorial Valenciana donde creó el inolvidable «Osito»; mientras que su hermano Celedonio, conocido como «Nin», concibió el carismático «Trompy», el elefantito rosa. Tiempo después Emilio, junto con González Alacreu, Sánchis Cortés y el guionista Pedro Quesada, montaron el «Art Studium», primera plataforma artística española con proyección en todo el mundo.

Emilio se casó con María del Carmen Gutiérrez y se fueron a vivir a casa de su suegra, en la calle Palau y Quer, «antic carrer vora sequia»; pasando dos años después a un nuevo edificio de la calle Ruaya. Tuvieron tres hijos: Luis, Mary Carmen y Emilio. El barrio del «carrer Morvedre» es el barrio de los artistas valencianos: allí nacieron Concha Piquer, Nino Bravo, Tadeo Juan y Emilio Frejo Gutiérrez el 5 de febrero de 1956.

El joven Emilio con apenas ocho años ya se sentaba junto a Emilio padre para aprender a dibujar siguiendo las láminas de Carbó. Estudió en las Trinitarias hasta la comunión y después en Salesianos. Allí destacó como atleta de artes marciales, hizo judo, kárate y kungfú, e incluso practicó esgrima en Capitanía. Con catorce años entró en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos, después se matriculó en la Escuela Superior de Bellas Artes, viviendo su transmutación en Facultad de Bellas Artes dentro de la Universidad Politécnica, donde se licenció y posteriormente siguió los cursos de Doctorado. Su tesina trataba del pintor Juan Reus.

Antes de culminar sus estudios, y siguiendo la dinámica laboral de su padre, Frejo Gutiérrez ya empezó a colaborar como portadista en la editorial Rollán de Madrid, donde elaboraba portadas espectaculares para las obras más vendidas del momento: las novelas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía y los dramas amorosos de Corín Tellado. Cada portada le reportaba 3.500 pesetas, cifra astronómica para la época. Esto le permitió casarse muy joven con la bella María Amparo Beltrán Magdalena, sobrina del gran pintor Beltrán Segura. La ceremonia se celebró en el templo de Santa Mónica, donde había sido bautizado. Tuvieron dos hijas. La mayor, Paula, psicóloga, está a punto de darle su primer nieto. La segunda, Lorena, ha seguido estudios de relaciones públicas y publicidad.

Disuelto «Art Studium» Frejo Abegón fundó el «Frejo Studio» junto con su hijo. Allí elaboraron proyectos novedosos, como la primera edición ilustrada de los «Cants d'Amor» de Ausiàs March. Contratado por «Sogakukan», el triunfo en Japón fue apoteósico.

Frejo Gutiérrez también volaba lejos. Empezó exponiendo cuadros en las mejores galerías de Valencia, se lanzó desde la Galería Durán de Madrid a la conquista de toda España. Después su obra cruzó fronteras y fue conocido en Inglaterra, Escocia, Portugal y Estados Unidos.

Hace tres años, tras dolorosas enfermedades, falleció Frejo padre. Ahora es Frejo hijo quien mantiene la bandera artística de la dinastía, con estricta fidelidad a los principios humanistas y clásicos de la saga. Frejo es el último romántico valencianista de la pintura autóctona. Sus pinturas reflejan esa Valencia ideal que, aunque parece antigua, todos soñamos en algún momento como presente cercano.

El pintor Frejo Gutiérrez lo tiene claro. Vivimos en tiempos duros y fríos donde la tecnología parece haberse apoderado de nuestras vidas. Pero contra este imperialismo robótico que reduce lo humano a cifra matemática, el alma colectiva de la gente acabará por rebelarse, y se producirá una contrarrevolución humanista que repondrá los valores y los sentimientos ahora arrasados.

Mientras llega ese esperanzado futuro donde la persona vuelva a ser la medida de todas las cosas, el mejor lugar para refugiarse de la negra tormenta es en la pintura colorista de este genial maestro que, pese a los duros golpes de la vida, mantiene intacto el optimismo y el amor. Ternura y pasión conforman las enseñanzas recibidas y que nos transmite en su familiar estilo. La impronta de los Frejo sigue viva, porque se nutre de un coraje que no morirá jamás.

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