El futuro inmediato dirá si es un fenómeno de masas o una nube de verano. Diecisiete minutos tardó la sociedad festiva en agotar los 160 palcos para la Batalla de Flores que salieron ayer a la venta a través de web. Eso quiere decir que el festejo ya tiene sus primeras 960 personas aseguradas. El próximo martes habrá una nueva tanda, con la misma cantidad de localidades y los que estén lentos de reflejos tendrán la oportunidad de adquirirlas en la taquilla de Viveros el día 30, aunque para ello tendrán que confiar que no las agoten los que harán cola entre uno y dos días por lo menos (lo hay que la hacen casi como una diversión estival). Lo mejor que pudo pasar ayer es que el sistema no «cayó», como el año pasado, y no hubo que echarle la culpa a nadie de no conseguir plaza. Tan sólo hubo problemas con algunas adquisiciones, en las que no se referenciaba el palco en concreto que habían adquirido, pero que se solucionaron uno a uno.

Desde hace 125 años, la Batalla de Flores ha sido un acto singular y arraigado en la sociedad valenciana. Pero lo que está sucediendo en los últimos años es diferente: se ha puesto en valor. Es un fenómeno reciente, que no tiene una explicación clara. Salvo una: la aparición de una nueva comunidad festiva. Personas que se han metido en diferentes aspectos de las fiestas y tradiciones de la ciudad. Que, además, se mueven mucho en la red creando grupos, especialmente en facebook. Son los que forman parte del grueso de nuevos aficionados a las fallas, que acudieron de forma impenitente a la «traca correguda» o al castillo piromusical, que han convertido la «Nit de la Punxà» en un fenómeno de masas.

¿El «efecto Tomatina»?

Los datos dicen que ayer se despacharon 160 solicitudes, pero que el número de entradas fue de 1948 en media hora. La inmensa mayoría, como es fácil imaginar, de Valencia y Comunitat Valenciana. Llegaron solicitudes de Madrid, Sevilla. Se han comprado desde Inglaterra y Francia. Los más entusiasmados empiezan a preguntarse si la Batalla de Flores no puede acabar por convertirse en un fenómeno al estilo de la Tomatina en cuanto a expectación y asistencia.

Es, además, un festejo que no entiende de ideologías: gusta igual al tradicional que al moderno. No tiene debate sobre conveniencia o inconveniencia y su primer estirón lo dio durante la anterior legislatura.

La verdadera medida del festejo la dará, posiblemente, la jornada del próximo martes, cuando salgan los nuevos 160 palcos a la venta, cuando ya, en teoría, los más ansiosos e impenitentes los han adquirido. «Depende de lo que pase le daremos una dimensión a la Batalla de Flores. Si las entradas se agotan, no cabe duda que la ampliación de este año se mantendrá. Y si viéramos que fuera necesario seguir creciendo, lo haremos gustosamente. Hacer más grande el recorrido requiere una inversión que no es especialmente grande y, cuanto mayor sea el festejo, más se rentabiliza el gasto principal, que es la de las carrozas. Somos los primeros sorprendidos» aseguraba ayer el concejal Pere Fuset.

El ayuntamiento ha aumentado este año en cien los palcos (y en 600 personas el aforo). Incluso tiene a favor el precio: una fiesta participativa, descargadora de adrenalina, y que dura un par de horas como poco cuesta cinco euros.