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Abanicos Carbonell

Artesanía para aplacar el calor

La tienda y fábrica de la familia Carbonell elabora tanto abanicos a precios económicos como los más elaborados con materiales exclusivos como seda y nácar

Artesanía para aplacar el calor

Carbonell es uno de esos negocios que han visto cambiar a la ciudad y un barrio, el de Russafa, a lo largo de décadas. En su interior se mantiene el arraigado arte valenciano de la fabricación de abanicos. Sus productos realizados a mano han logrado resistir la competencia del abanico de fabricación en serie y de venta en tiendas de souvenirs. Como explica su propietario, Guillermo Carbonell, «la gente que entra piensa que es un museo, ya que tengo expuestos entre 200 y 300 abanicos expuestos».

Son ya cinco generaciones dedicadas a los abanicos, desde que sus antepasados compraran la fábrica en 1860. Sus establecimientos fueron cambiando de emplazamiento en la ciudad, hasta que en 1939 se instalaron donde todavía atienden al público, en el número 21 del carrer Castelló, detrás de la plaza de toros. Se trata ya del único negocio de la ciudad de Valencia que ofrece este producto artesano «made in Comunitat Valenciana». Como recuerda Guillermo, «Valencia es el único lugar en el que se fabrican abanicos. Antes ibas incluso a Venecia y los que encontrabas se habían fabricado aquí».

Ahora, asegura, la práctica totalidad lo que se vende en tiendas para turistas «es producto importado de China. Le ponen una etiqueta indicando que es producto de España pero no es así y tanto las varillas como las telas son de muy baja calidad».

En Carbonell ofrecen abanicos con una amplia gama de precios. Pintados a mano y también impresos. Desde los típicos abanicos de plástico para salir del paso en un día de calor por un euro o euro y medio, a otros artesanos de gama económica por 20 ó 30 euros.

Y de ahí para arriba, dependiendo de las características de la pieza, que puede llegar a los 5.000 euros si están por ejemplo fabricados con nácar o hueso. Son abanicos de colección, cuyo valor no es sólo económico, ya que son piezas «únicas» e irrepetibles.

El arte de la pintura

Como cuenta «hemos pasado en Valencia de tener entre 200 y 300 pintores de abanicos a 20 ó 30». Entre ellos su hija, que por ejemplo pinta sedas naturales que se montan en los abanicos. Guillermo cuenta con las manos y el arte de 20 pintores que enriquecen los productos.

De falleras a turistas

Es evidente que hoy en día el abanico ya no goza de la fama de hace décadas, por lo que una de las preguntas obligadas es quién compra hoy abanicos. Según cuenta, hay dos tipos de clientes. Por un lado, los que buscan un producto de calidad, de diseño artesano, esos que incluso cada año renuevan el abanico que usan siempre.

Por otro lado, quienes quieren uno más corriente para salir del paso.

La edad más habitual: entre los 30 y los 50 años.

Sobre los turistas cuenta que los hay que tienen más tiempo y dan una vuelta por detrás de la plaza de toros y se topan con la tienda, mientras que otros ya llegan incluso informados sobre el establecimiento, con el objetivo de comprar. «Hay turistas que se llevan abanicos de 20 euros para toda la familia», apunta Guillermo.

Otra clienta muy particular es la fallera, o la clavariesa, que piden abanicos más particulares, adecuados a la indumentaria. En el caso de las primeras, incluso los realizan con las mismas telas del vestido para que vayan a juego.

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