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Camals mullats

Quioscos de guardia

L os fines de semana que pasa en el apartamento de la playa no duerme bien. Extraña el colchón y la almohada se le rebela. Le distraen ruidos inhabituales. Rumor de olas, palmeras abanicándose, niños llorando, risas de adolescentes en grupo, ecos de discusiones televisivas, portazos. Todo soportable. Lo insoportable es la ansiedad y necesidad de madrugar, el pavor de llegar al supermercado y que no queden sus periódicos favoritos, ir a otros sitios y que tampoco queden. Aceptar el roto, el tarado, el que no quiso nadie. Se le ha olvidado reservarlos, como es habitual.

En París se ha liado parda con la propuesta de cambiar sus quioscos de color verde oscuro, «art nouveau», coronados por una cúpula, copiados de los de Haussmann, el que rediseñó París hace más de siglo y medio. Firmas en change.org, encuestas callejeras, programas televisivos, artículos de fondo, opiniones de expertos, discusiones callejeras, enfrentan a unos y otros. Los que están por el cambio, entre los que se encuentra la alcaldesa Anne Hidalgo, ponderan las virtudes de los nuevos. Ahorrarán la mitad de energía, tendrán calefacción y aire acondicionado, espacios remodelados para almacenar y entregar paquetes pequeños, emplearán una hora menos al día en su apertura y cierre. Se dice que un centenar de los trescientos sesenta que se van a sustituir tendran pantalla de plasma. Lujo.

Los detractores, como la asociación «SOS París», reivindican la calidad de los existentes. Ya han bautizado a los nuevos, diseñados por Matali Crasset, como el «cubo de basura», la «gran fotocopiadora» o la «papelera gigante». Rizando el rizo, cuando de verdad han tenido éxito los críticos, ha sido cuando han apelado a la comparación con Londres, ciudad horrible para los parisinos, o al romanticismo, haciendo constar que las películas francesas no serán las mismas si no aparecen sus queridos y cuestionados quioscos.

A nosotros que ni somos parisinos, ni siquiera franceses, esa discusión nos debería dar absolutamente igual, pero en esta persistente globalización todo influye. La casualidad ha querido que la polémica coincidiera con el fallecimiento del sr. Decaux, padre de la marquesina publicitaria y fundador de lo que hoy es una multinacional que cotiza en bolsa que gestiona espacios urbanos en 70 países y en más de 3.700 ciudades de más de 100.000 habitantes, entre ellas, París y Valencia.

Llenar las ciudades de trastos regalados a cambio de la explotación publicitaria fue el gran éxito del sr. Decaux. Ese es uno de los puntos de fricción en París ya que, al parecer, los nuevos quioscos, una suerte de grandes cubos, tendrán mayor espacio publicitario y generarán más ingresos para los quiosqueros. Estén atentos a la cuestión, que si cuaja en París, querrán imponérnoslos aquí.

Suele ser un quiosco caótico. La quiosquera tiene su propio orden y sorprendentemente recuerda dónde tiene cada cosa. En invierno amontona libros, revistas, chuches, relojes, cacerolas y bolsos. En primavera los petardos ocupan un espacio creciente, menguando el resto. Con el verano todo se reduce menos la máquina de polos y la nevera de bebidas frescas. Ya ha elegido su destino de vacaciones y se despide de todos los clientes. Desde que se ha peleado con el quiosquero de algunas calles al norte no se turnan en verano. Cada uno va a la suya. No hay quiosco de guardia.

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