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Un final inesperado

Son tan numerosas las veces que ha sido para mí el punto de referencia que es imposible sumar o hacer cuentas con exactitud. Desde niño, cuando paseaba con mis padres por el centro y llegábamos justo ahí giraba el cuello asombrado por aquella estampa. Era el paraíso de cualquier niño. Centenares y centenares de caramelos agolpados en cristaleras sin un solo hueco que diera tregua. Este comercio fue consolidándose como punto mítico en una Valencia que a lo largo de las décadas cambiaba en muchos aspectos, aunque mantenía las pequeñas señas de la infancia de mi generación y de muchas anteriores. Hoy es de los pocos sitios donde pueden encontrarse dulces de todos los tamaños, colores y formas.

Recibí la noticia con pena y nostalgia, y esa sensación fue tildándose de indignación a medida que mi cerebro la procesaba. La Casa de los Caramelos cerrará sus puertas en unas semanas. Ese rótulo rojo de letras grandes que mira hacia el cauce del río, muy cerca de las Torres de Serranos, en la calle peatonal que desemboca en la Plaza de la Virgen, dejará de existir. Ya no hay remedio ni marcha atrás. El Consell, propietario del inmueble desde 2005 donde se aloja este comercio, ha decidido no renovar el alquiler a su propietaria y dejará de dar servicio.

Desconozco la rentabilidad del negocio en estos últimos años. Seguro que la crisis ha hecho daño, pero entristece pensar que más allá de datos de este tipo sitios emblemáticos de la ciudad dejen de existir, y duele que una institución que tanto pretende velar por las pequeñas cosas y por las señas de identidad haga caso omiso de los intentos de la propietaria por negociar un acuerdo de renovación. Su fundación data de 1953, y desde entonces ha estado en marcha para los habitantes de Valencia y turistas, que observan con expectación al pasar frente a sus puertas. Este comercio es la única vida que entiende Emilia García, propietaria, y se ve relegada a la indiferencia del Consell. Sus siete empleados que dejarán de serlo en pocas semanas.

Hay tratos que no valen. Por mucho que se intente rectificar a medias, otra ubicación no sería una buena solución: hay imágenes que no pueden cambiar de cualquier manera. No solo es recriminable la posición del Consell sobre este tema, sino el ninguneo y la frialdad al que se ha visto abocada Emilia en su intento de que su voz pudiera escucharse buscando un acuerdo que pudiera satisfacer a todas las partes implicadas.

Hemos visto desaparecer salas de cine míticas de la ciudad, como los cines Martí en Antiguo Reino, que todo indica que se convertirán en el más grande de los supermercados de una cadena internacional. O los Serrano en la zona peatonal cercana al Ayuntamiento. Y tantos otros lugares que deberían ser símbolos perennes que dan sentido estético a lo tradicional.

Hemos visto expandirse hacia todos los puntos cardinales de Valencia estructuras que recuerdan a las grandes ciudades americanas y que poco empatizan con estos otros aspectos, pero duele que de fuera hacia dentro no se luche por mantener iconos que nos identifican solo con nombrarlos o describirlos. No es malo luchar por la posibilidad de conseguir franquicias de grandes marcas para modernizar la ciudad, pero sin discriminar a los más pequeños y a los que son, de alguna manera, pedacitos de historia que se ha ido escribiendo poco a poco con mucho esfuerzo a lo largo de los años. A esos, precisamente, es a los que más deberíamos cuidar.

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