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Gran «fresquista» valenciano

Los colosos del pintor Stolz

Los frescos se hallan en el Palacio de la Plaza del Marqués de Salamanca en Madrid que el ministro Margallo propone reformar

Los colosos del pintor Stolz

El ministro García-Margallo, diputado por Valencia, ha propugnado la rehabilitación y recuperación del Palacio de la Plaza del Marqués de Salamanca en Madrid como sede del Ministerio de Asuntos Exteriores de España, obra de los arquitectos José Bautista Esquer y Francisco Bellosillo García. Seguramente el ministro desconoce, porque nunca se ha destacado el dato, que los frescos del edificio original son obra del gran maestro Ramon Stolz Viciano, nacido en Valencia en 1903, que los concibió como sede del Instituto Nacional de Industria en el año 1944.

«Stolz» es una palabra alemana que significa «orgullo» o «altivez». Otto Albrech Stolz, renano de la ciudad de Elberfeld, llegó a Valencia en 1865 y casó en 1871 con Amparo Seguí, teniendo dos hijos: Ramón y Consuelo. Científico profesional, abrió la primera fábrica de hielo en Valencia y una tienda de oleografías en la calle Calabazas. Su hijo Ramón fue el primer pintor de la familia. Su nieto siguió esta senda, pese a estudiar previamente la carrera de aparejador.

Stolz Viciano durante su juventud fue «negro» de otros pintores famosos que le encargaban cuadros y luego los firmaban ellos. Al morir su padre estudió Bellas Artes en Valencia y Madrid, viajando después por toda Europa y especializándose en frescos, grandes composiciones en lugares emblemáticos tanto religiosos como civiles. Stolz es nuestro gran «fresquista» histórico.

Durante la guerra civil trabajó en la preservación de los fondos del Museo del Prado. Tras el conflicto le encomendaron muchos frescos y restauraciones en templos reconstruidos. Su obra en la basílica del Pilar de Zaragoza es colosal, y también le llamaron del templo de la Virgen de los Desamparados. Igualmente decoró cines, cafeterías y teatros. Los murales del INI fueron su primera obra para la Administración y se basó en figuras mitológicas y en hombres colosales que representaban, dentro del realismo social de la época, el cuerpo humano como generador del trabajo y de la riqueza de la nación.

El impacto de estos frescos fue tan enorme que cuando Pamplona levantó su monumento a los caídos de Navarra, de dimensiones impresionantes, llamaron a Stolz sin discusión. La desgracia de estos frescos es que se desconoce su estado, e incluso si todavía existen después de las sucesivas reformas, pues el palacio está cerrado y nadie se ha preocupado de estas pinturas.

Sin embargo, un pintor madrileño que vive en Colmenar Viejo, hijo del arquitecto del edificio guarda dos bocetos magistrales de los dibujos. Stolz se los regaló a su padre y José Bellosillo los ha conservado con veneración, pese a haberse decantado por temáticas abstractas y no tan figurativas como Stolz. Estos cuadros son rigurosamente inéditos y no están catalogados en la exhaustiva relación que confeccionó la investigadora Esther Enjunto Castellanos. Es por tanto un gran privilegio poder contemplarlos ahora, desconociendo si la obra final todavía perdura. Ojalá el ministro Margallo, al restaurar la casa, se preocupe debidamente de este tesoro valenciano en Madrid.

Valencia, como casi siempre, no fue muy generosa con Stolz hasta que lo perdió. La Diputación lo requirió para ornamentar el Teatro Principal. El ayuntamiento, a instancias del cronista Almela y Vives, le encargó la decoración del archivo municipal. Los ocho retratos de reyes cristianos de Valencia y el gran panel con la protesta de Vinatea contra Alfonso el Benigno. Precisamente murió cuando culminaba este conjunto pictórico y daba sus últimas pinceladas al apoteósico Ballester del Centenar de la Ploma portador de la Real Senyera.

Hay una historia muy humana que me refirió el cronista Santiago Bru y Vidal. Han pasado tantos años que ya no afecta a nadie el contarla. Ramon Stolz se casó en 1937 con una madrileña, Rosa Cuesta, para protegerla del conflicto bélico. Vivieron juntos muchos años pero no tuvieron hijos, y ella siempre lo adoró. Su frase preferida era: «Después de Velázquez, mi marido».

Sin embargo el corazón de Stolz estuvo siempre preso de un amor imposible en aquellos tiempos, el que sentía por un compañero de colegio llamado José Hernández Milán, que regentaba una sastrería familiar en la calle la Sangre. Tanto es así que, cuando estaba pintando el Ballester de la Senyera en el ayuntamiento, al sentirse indispuesto por el infarto que había de matarlo, en lugar de regresar a su casa, le pidió a su ayudante Colina que le acompañara hasta dicha sastrería. En una crónica anónima de Las Provincias del 26 de noviembre de 1958, un redactor que conocía la historia dejó testimonio de la última frase que el pintor dedicó a su amigo en puro valenciano: «Vinc a morir-me en tu».

Ramón murió en brazos de José en la tienda, y luego llevaron el cadáver a su casa de la calle Moratín, donde su esposa ya pudo ejercer su papel de viuda. El legado de aquella tragedia en el Ballester de la Senyera, la última obra de la vida del pintor.

Stolz bajo la Dictadura fue muy sumiso y convencional. Pero en sus lienzos bajo la República, llenos de desnudos y fantasías orientalistas, mostraba su verdadera personalidad pasional. El franquismo obvió estas cuestiones y le dedicó un entierro hipérbolico, con coche de seis caballos, guardia municipal de gran gala, ayuntamiento y diputación en pleno, además de los canónigos catedralicios y las asociaciones culturales del momento, nombrándolo hijo predilecto y dedicándole una calle paralela a la avenida de Cid.

Pese a todo, con esos colosos plenos de masculinidad y fuerza, Stolz burló las censuras dictatoriales y lanzó un nítido mensaje sobre su propia identidad. Ojalá en la restauración del palacio podamos contemplar a los colosos del pintor Stolz en todo su esplendor.

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