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Los días raros

Los días raros

Queda ya muy poco para que se confirme la viabilidad del gobierno de Rajoy en esta pintoresca legislatura. Los socialistas se dan prisa con las vistas más puestas en el cómo que en el qué, por aquello de argumentar una decisión ya de por sí antinatural que les exculpe de cara a sus votantes más críticos, una vez cumplida la escenificación de la caída de Pedro Sánchez con un estilo que escandaliza y deja muchas dudas.

A los barones la jugada les salió rana. Había que hacer ver a la opinión pública, con la que estaba cayendo hace dos años, que se contaba con la gente. Se decidió que fuera la militancia quien aupara a su secretario general, mirando más a los de al lado que a sí mismos. Pero esa no era la idea del PSOE. Nunca lo fue. Ya entonces Sánchez parecía no convencer demasiado a quienes de verdad ostentaban el poder en su partido, ese concepto que tanto se analiza en su sentido global estos últimos años. Y el tiempo ha dado la razón.

Apelando a los resultados electorales como principal motivo de las críticas para justificar el jaque mate a su líder, ya se despeja el camino para un nuevo rumbo del que ha sido uno de los partidos históricos de este país. Lo que se obvia en esa argumentación es el incomparable contexto. Almunia fracasó y dimitió en su momento por su debacle electoral. Rubalcaba más de lo mismo. Pero en ninguno de estos casos contaban con nuevos partidos en el escenario político. Los escaños se repartían básicamente entre dos partidos mayoritarios y los elementos del juego todavía no habían cambiado.

Quizás el principal error de Sánchez fue tratar de parecerse a esas nuevas formaciones, que llegaban con otra verborrea y otros métodos más cercanos a la ciudadanía. Todo lo contrario a lo que hizo el PP: mantenerse en sus trece y no variar ni un ápice el guión apelando al orgullo de sentirse un partido tradicional. Los analistas dudaban, pero la jugada les salió bien. Ciudadanos no ensombreció ni mucho menos al partido de Rajoy, como sí pasó en la parte contraria. Parece que ahora será ésta la estrategia de este PSOE fragmentado hasta la médula.

Podemos tampoco pasa por su mejor momento, por mucho que sus portavoces traten de disimularlo entre disputas por hacerse con el liderazgo de la formación en Madrid y un amplio debate de fondo sobre las bases ideológicas que se sigue aparcando. Resultan de mal gusto las declaraciones que ponen en entredicho y hacen temblar pactos donde el PSOE gobierna gracias a este partido si se confirma la abstención en una inminente investidura de Rajoy. Por esta regla de tres, en Valencia puede saltar por los aires el actual gobierno de la ciudad. También en clave autonómica. Esta inestabilidad no puede ser propia de un partido serio, que debería diferenciar (como bien dice su número dos) la autonomía central y la regional como partes distintas de un todo. La solidez de un partido se basa en las decisiones y la estabilidad política depende en parte de ella. Esperemos que esto solo sea una broma de mal gusto.

Veremos qué acaba pasando. Una cosa está clara. Por mucho que se pretendan disfrazar las palabras, técnico y político siempre fueron conceptos diferentes a todos los niveles. Tratar de adjetivar una abstención con este término deja en entredicho el respeto que el PSOE tiene por sus votantes y, en extensión, por los ciudadanos. Eso sí, ganarán tiempo para regenerarse. De eso no hay duda.

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