La noticia me la han recordado hace unos días: a finales de este año y comienzos de 2017 se cumplirá un siglo de la inauguración del Mercado de Colón, que se construyó entre las calles de Cirilo Amorós, Conde de Salvatierra, Jorge Juan y una de menor longitud, que se llamaba Francisco Banquells y que después de la guerra civil pasó a ser rotulada Mercado de Colón para finalmente llamarse del historiador Martínez Ferrando. Una calle en la que nací, en la que viví de soltero con mis padres y hermanos y este acontecimiento me obliga a escribir en primera persona del singular.

En el Ensanche fue una necesidad y una conveniencia crear un mercado amplísimo, en el que se ofreciera a los vecinos la totalidad de los productos alimenticios y otras variedades que hicieron la competencia a pequeños comercios. En la citada calle del Mercado de Colón -cuando así estaba rotulada en los años 40, 50 y 60, y que solamente tenía siete fincas-, vivíamos tres periodistas que ejercíamos en esta mismo periódico que hoy tienen en sus manos: Carlos Sentí Esteve, José Antonio de Alcedo y quien firma esta crónica.

Pero bueno será recordar el entorno del Mercado de Colón, algunos de sus habitantes y los establecimientos. Allí estaba la «Granja Fuster», la papelería de Olegario Sales, el Montepío de Chófers, y en torno a este monumento mercantil vivían algunos doctores que alcanzaron renombre por su categoría, como Francisco García Guijarro y Fernando Antolí-Candela Piquer, otorrino que logró también renombre como escultor y pintor con el pseudónimo «Antonio Sacramento». Y en la calle del Conde de Salvatierra vivió hasta su muerte, en los años veinte, el doctor Ramón Gómez Ferrer, en cuya casa el ayuntamiento rotuló una placa de homenaje. Hasta la falla de la calle del Conde de Salvatierra añadió a su nombre el del Mercado de Colón, y en el edificio de éste aparece una placa que lo recuerda. En una planta baja de la calle de Mercado de Colón estaba la ferretería Dinnbier, y en la casa contigua hacía sus ensayos por la noche la orquesta ferroviaria, y las tres iglesias del entorno eran Dominicos, Capuchinos y San Juan y San Vicente, que entonces ésta tenía entrada por la calle de Jorge Juan, a través de un pasillo a cuya izquierda estaba la «Escuela parroquial». Los tres templos habían coordinado sus horarios de misas, con diferencia de media hora entre ellas, para que los feligreses pudieran acudir en cualquier momento sabiendo dónde tenían la primera.

El mercado de Colón fue un acontecimiento para la zona. Aún hemos conocido a muchas personas que presumían de haber acudido a sus puestos para comprar los primeros días; y eran muy populares los vendedores y vendedoras de las distintas especialidades.

Uno de los tipos más recordados era el conocido como «Manolo, el del Mercao» (así), que hacía labores de ayuda, de carga y descarga, y que dormía en una pequeña dependencia contigua a la enorme construcción. Muy a menudo, los domingos, se ponía delante de la valle del inmueble -ese día estaba cerrado para la venta-y esperaba a un vecino que le facilitaba una entrada para el campo de Mestalla; porque Manolo era un fanático del Valencia C.F. Solía entonar canciones que los vecinos oíamos a menudo, cánticos frecuentemente religiosos. Recordamos que, en cierta ocasión, ante la popularidad del menesteroso, estaba éste entonando un cántico religioso, y un vecino le voceó desde un balcón: «¡Viva el Levante Unión Deportiva!». Y Manolo se volvió airado y varió su voz piadosa por una rotunda blasfemia que no nos atrevemos a repetir.

Se conocía a las vendedoras -bueno, y «vendedores», que también los había-. Recordamos a Consuelo Martín Abril, llegada con su familia de Mora de Rubielos; y muchas personas que, muy temprano, ya estaban allí ocupando sus puestos. Y este mercado descubrió novedades a personas que, en el primer tercio del pasado siglo, no habían conocido; aún recordamos a una sirvienta que llegó a la casa con el siguiente comentario: «En el Mercado venden un jabón líquido para el cabello; va en frasco transparente y le llaman champú».

En la zona había varios colegios: las Teresianas, los Dominicos, la escuela nacional de Conde de Salvatierra; y los alumnos y las alumnas iban alguna vez a comprar algo para el almuerzo en el recreo; pero también, en el mes de mayo, se iba para comprar unas flores por el «mes de María». Las obras de construcción habían durado tres años, y fueron inauguradas solemnemente. Su autor y director fue un arquitecto de gran prestigio, Francisco Mora, que igualmente llevó a cabo la dirección y construcción del impresionante templo de San José de la Montaña, sito en la avenida del mismo nombre, o el asilo de San Juan de Dios, o la fachada del ayuntamiento en la década de los 30. También el proyecto de «El Ensanche» -donde se llevó a cabo este Mercado- fue diseñado por él.

Con los años, las décadas, los lustros, en las distintas barriadas han aparecido valiosos y extensos supermercado, que facilitan las compras, y el Mercado de Colón ya no tenía la finalidad para la que fue creado. De ahí que, con gran acierto, se haya habilitado como lugar de esparcimiento, no diremos «de ocio», pues nos cuidaremos de llamar «ociosos» a los que acuden a lugares de descanso y de convivencia como amigos y conocidos. Pero el Mercado de Colón sigue ahí y mantiene su esbelta figura y su nombre.