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Opinión

La dignidad del oficio

La dignidad del oficio

En estos tiempos cuesta distinguir con claridad el trigo de la paja. Vivimos en una sociedad tan abierta, repleta de noticias instantáneas y de exposiciones públicas que cuesta proceder a esa diferenciación. Todos sabemos de todo y contamos con masters virtuales en nuestra conciencia. Tan seguros estamos de nuestro potencial que nos vemos con licencia de opinar de lo que sea con una seguridad pasmosa. Somos partícipes de todo, jugamos en apariencia la partida de primera mano y eso parece saciar el apetito social que tanto anhelamos.

En clave política, hacer partícipe a la ciudadanía de la misma es una de las premisas de los partidos que han emergido como antítesis en las formas de los tradicionales. Acercar a la gente a ser partícipe de las cosas es una opción muy valorable teniendo en cuenta el despotismo al que tantos años nos han sometido. No es casualidad esta línea de acción.

Pero todo tiene un límite y no todo vale. Los profesionales del diseño gráfico valenciano recibían la noticia la pasada semana del concurso abierto para niños y jóvenes con el fin de diseñar el logotipo oficial que celebre el centenario de la Valltorta en Castellón. Una vez más, el mundo artístico se ve indefenso ante nuevas tendencias institucionales que lejos de aunar y proteger a los profesionales que sufren uno de los mayores intrusismos, se les obvia abriendo una participación masiva sin condiciones, pasando por encima de un oficio que con la crisis ha vivido situaciones realmente precarias y desesperantes.

Los menos culpables de todo este embrollo son precisamente los propios chavales que con dedicación e ilusión presentarán su propuestas que, lógicamente, se alejarán de los parámetros reales que implican un resultado final óptimo a la altura de aquello que se va a realizar. Ningunear y pasar por encima de la formación que muchos profesionales del sector atesoran ha sido bien fácil, sin tener en cuenta el daño que esto puede provocar a medio y largo plazo. Cierto es que la crisis y el endeudamiento público obligan a los equipos a hacer verdaderos malabarismos para sortear el problema, pero no hay que obviar el fin mismo en cuestión. Como si fuera fácil, algo al alance de cualquiera, desarrollar un logotipo.

Me recuerda a la desafortunada medida que, con la misma finalidad de hacer partícipe a la ciudadanía, propuso Manuela Carmena para la limpieza de los centros escolares públicos en Madrid. De una tacada pasó por encima de una profesión que conlleva una formación específica para desarrollarla correctamente, proponiendo a las madres de los alumnos para esta labor. Además, sexista.

Todo el derecho tiene un aficionado a acercarse a profesiones que son de su gusto. No pretendo con esto ofender a quien dedica tiempo a un oficio sin que sea el suyo. No se trata de eso. Las facilidades del mercado de hoy en día así lo permiten, y es positivo. Pero de ahí a alentar desde las instituciones tareas que requieren una formación y una experiencia es muy peligroso.

Los que miramos muy de cerca las novedades culturales y artísticas esperábamos mucho más de los diferentes equipos de gobierno de la izquierda después del ninguneo de estas últimas décadas en clave local y autonómica. Si no cuidamos a nuestros profesionales, el esperpento al que podemos enfrentarnos en el futuro puede ser pero que muy dantesco. Es hacia lo que vamos: planes educativos (dependientes del Gobierno central) deficitarios y escaso apoyo cultural desde lo público. Una decepción más en un área que año y medio después de dar el pistoletazo de salida todavía no ha arrancado. Ni tiene pinta de hacerlo.

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