"Nuestro abuelo y él se conocían. Los dos eran republicanos. Lo que pasa es que el nuestro era más de derechas. Blasco era de izquierdas aunque mira que el dinero le gustaba. Y debían tener bastante relación porque sabemos que los nichos los tenían comprados juntos". Y así es: década tras década, la familia De la Cruz comparte uno de los espacios más conocidos del Cementerio General con uno de sus más ilustres ocupantes: Vicente Blasco Ibáñez. Y los herederos, los hermanos José y Carlos de la Cruz Pascual, acuden a su cita anual. A su lado, la tumba de Blasco luce un semicírculo de claveles, con la tricolor en el centro, puesto recientemente por la Fundación que lleva su nombre.

Todos conocen la historia del novelista valenciano más universal. Pero los De la Cruz también tienen la suya. Y como toda la que habita en el cementerio, es una historia de vida y muerte. La de Carlos de la Cruz y Delfina Ortega. «El era originario de Xàtiva y fue ebanista. Después se dedicó al sector textil. Es que nuestra abuela era muy «comerciante». Ella era de Murcia, pero se crió aquí. Sólo hablaba valenciano. Mi abuelo tenía un local al que iban los republicanos a hacer tertulias. De allí debieron conocerse». Ahora son los dos nietos quienes acuden a recordarles. Unos claveles rojos y hojas de eucalipto. Limpian la lápida. Es de mármol blanco.

La tragedia de la bella Delfina

En el centro, el busto de una mujer joven con un peinado «Belle Epoque». Justo debajo, una foto de ella, con teja y mantilla. Es Delfina, la hija de los patriarcas, la tía a la que Carlos y José nunca conocieron. «¿A qué era muy guapa?». Sin duda lo era. Una tuberculosis ósea se la llevó con apenas 18 años. Una de las miles de tragedias que sufrían los valencianos de hace cien años y que ahora se solucionan con un intrascendente pinchazo. Don Carlos y Doña Delfina también tuvieron otra chica, Amparo, que ha fallecido hace poco y a Carlos, el padre de los que ahora cuidan y guardan la tumba. «Se lo llevaron al frente en lugar de fusilarlo. Que en aquella época, si eras de derechas, corrías riesgos aunque fueras de familia republicana. Estuvo en el frente de Teruel. Luego no le interesó la política para nada».

La tragedia de Delfinita se compensó con una vida larga para toda la familia. Don Carlos falleció en 1961, con 75 años, y doña Delfina en el 66, con 75 años. Carlos, el hijo, en 1999, con 78 años. Nombre a nombre se fueron añadiendo a una lápida que estaba pensada para ir esculpiendo la historia sin romperla. Hasta que ahí han quedado, para la eternidad, el matrimonio y los dos hermanos. Y a su lado, el señor Blasco. «¿Qué más da?: Ahí no queda nada» comentan con el punto de escepticismo que da el haber abierto cajas. «Lo que importa es el recuerdo que has dejado».

Y si no, las obras. Ambos reconocen haber leído la bibliografía de Blasco Ibáñez. «¿Mis favoritos?» dice José. «Cuentos Valencianos. Y también La Barraca y Cañas y Barro. La Araña Negra, sin embargo, no me gusta nada».

Carlos («Carlos III», por esa costumbre inveterada de dar siempre el mismo nombre a un primogénito) y José completan el arreglo de la lápida. A su lado, algún curioso mira la de Blasco Ibáñez, sobria como él quería cuando sus restos llegaron a Valencia en 1933. Ahora es un lugar de culto. Pero ninguno de los que ahora lo visitan lo conocieron tan de cerca como don Carlos de la Cruz. Y ahora, son vecinos.